Mientras los partidos políticos sean instrumentos cruciales en el ejercicio de la política democrática es imprescindible cuestionarlos,
reflexionar y hablar sobre ellos, sobre su vida interna,
seguir reparándolos hasta que tengamos otra cosa.
Tiempo de crisis de los partidos,
con hiperliderazgos (faltos de autoridad moral) consentidos,
¡y hasta deseados!
Tiempo de crisis de la política convencional incluso…
Lo lógico sería recurrir a las personas que agrupan los partidos,
a todas,
a esas que llamamos militantes, o afiliados, o inscritos-inscritas,
ciudadanos no profesionales de la política que son usados de manera ocasional,
asociados al griterío que acompaña a las campañas electorales o a la urgencia de consultas referendarias.
Es en estas bases soterradas donde hay que buscar el sistema operativo moral como fuente de regeneración de la política partidaria, y el empeño en las pequeñas acciones diarias que tanto importan, no heroicas, ni excepcionales, ni épicas, estén en contradicción o no con la política “oficial” del partido…!!benditas incoherencias o contradicciones!!, solo así puede haber re-generación y re-nacimiento;
es en estas bases soterradas donde hay que buscar la experimentación de vías de cambio con futuro, sabiendo que el camino hacia el futuro no va a ser de vía única, ni un arcádico relato que ate todos los cabos.
Las bases de los partidos deben ser una suma de “cadas uno”, auténtica sociedad civil dentro de los partidos, en donde lo primordial son las posibilidades que cada uno tiene de pensar de manera libre,
personal,
antidogmática,
crítica,
in-ter-de-pen-dien-te, es decir, de-li-be-ra-ti-va.
Una skolé donde se aprende a estar juntos y a programar juntos actuaciones,
donde se ejercen con naturalidad las virtudes domésticas como decencia, confianza, cortesía, tolerancia, respeto, impulso virtuoso,
unidos en lo común y en lo diverso que se acepta: co-mun-i-ca-dos.
Unidos,
no uncidos,
porque el poder común se ejerce en todo el partido que, lejos de abolir el de cada uno, lo refuerza y lo garantiza;
porque en la vida interna del partido existe
pluralidad,
y pluralidad de opciones,
pues la política se ejerce de manera transversal, y no solo se trabaja la política oficial del partido, sino que ésta es compatible con la acción política colectiva de amplio espectro, y toda ella es “oficial”.
La base en los partidos ha llegado a ser una tierra por descubrir que solo van a alumbrar los propios habitantes de las bases.
El espacio público no debemos imaginarlo como un gigantesco y solemne debate entre líderes, sino, también, como cotidianas deliberaciones (liberaciones de) en el marco de una microdemocracia en la vida cotidiana, lejana de comportamientos jerarquizantes, reverenciales, sacros, asimétricos.
Me parecería saludable una adecuada relación entre las bases y los órganos de dirección de los partidos. Entiendo por “adecuada” la racionalmente compartida por las partes implicadas, cualquier otra me parecería violenta.
Y por “relación”, una superación de los comportamientos piramidales,
a través de una distribución de competencias respecto de las cuales los propios grupos de base son los que deciden, más una equitativa distribución de los recursos públicos proporcionales al ejercicio de las propias competencias.
¿Una revolución moral? Sí. La revolución de los derechos individuales está huérfana de revolución moral, aquella que cambia la mente de las personas: me parece que no nos estamos dando cuenta.