El agua se aprende por la sed;
La tierra, por los océanos atravesados;
El éxtasis, por la agonía.
La paz se rebela por las batallas;
El amor, por el recuerdo de los que fueron;
Los pájaros, por la nieve.
Es un poema de Emily Dickinson.
Cuando lees uno de sus poemas,
te olvidas de todos los demás,
incluido te olvidas de todos los poetas,
para quedarte a solas con el poema que estás leyendo,
que ella guardaba para nadie
en un baúl del mundo que era su casa,
en Amherst,
donde habitaba tímida, sigilosa, solitaria: como su manera normal de vivir.
Para demorarme en el poema
que es como morar en sus palabras y en su voz,
le pinto este cuadro, con el que trato de escrutar, descifrar, atinar… cómo la nieve revelaba a los pájaros:
“En el medio plano y a derecha de la mirada, dibujo árboles de un solo color, marrones, marrón oscuro, para que den la sensación de ateridos de frío y de la parálisis vegetal del invierno; silenciosos ellos y, a la vez, activos en la invisibilidad del quehacer silencioso, sabiendo esperar los primeros alivios termales de la primavera;
a la izquierda, y más alejados, pinto árboles indistintos, pero discernibles, que siguen siendo marrones, pero separados en pequeños bosquecillos, como formando vegetación, aunque no vaya a haber verde en ningún espacio del cuadro;
en el centro de los bosquecillos, una casa del mismo color de los árboles, con portal delantero y cuadra lateral para animales, también con nieve perceptible a su alrededor;
en el horizonte, una masa de cielo arrebolado: de amarillos, primero; de morados, después, hacia lo indefinido del cénit.
Todo el suelo está nevado y habitado.
Por allá, los surcos frescos de un carromato que acaba de pasar y que ya no se le ve porque cuando pinto ha salido ya del cuadro;
por acá, sobresalientes, breves, amarillas, mudas matas restantes del verano ya lejano;
y recorriendo la superficie blanca, a trozos azulada…, lentamente,
en filas de hormigas,
con dificultad y misterio,
ayudándose con las alas inservibles como si de remos se tratara…
los pájaros,
los pájaros que caminan dóciles y decididos, como puntitos negros, hacia el marrón del bosque
a través de la nieve azul y blanca que los revela”.
El cuadro quiere leer el poema,
en una “interpretación” bien alejada de esos likes binarios que tanto empobrecen el mundo,
bien alejada de esas matemáticas expertas que nos dicen qué es lo que en realidad nos gusta o nos disgusta aunque todavía no lo sepamos;
pintar un cuadro con palabras ha sido mi manera de leer este poema, de crear lazos de contemplación de lo que no se puede percibir con los sentidos,
y atisbar el camino que llevó a Emily Dickinson a la imagen de que era precisamente la nieve quien revelaba a los pájaros, con la “precisión” emocional que lo hacen las batallas con la paz y el recuerdo de los que se fueron con el amor.
Precisión emocional, digo, pues otra clase de precisión nunca debe esperarse de un poema.