Primera Etapa

Tengo miedo

Así se expresaba Rainer Maria Rilke a primeros del siglo XX (en Los Apuntes de Malte Laurids Brigge), como si se tratase del grito de una buena parte de la población de París ante los efectos bestiales de la Revolución Industrial y el colapso urbano con la multiplicación del coche de combustión.

Este grito se repite un siglo después como consecuencia de la inseguridad económica sobrevenida en el marco de un espacio global y la falla de los Estados Nacionales cada vez más alejados de lo que vino en llamarse Estado del Bienestar después de la Segunda Gran Guerra.

¿Cómo ven el Estado de ahora desde “abajo”,

si por “abajo” entendemos a quienes no tienen un trabajo “efectivo” y a quienes, si tienen un trabajo (parcial, temporal, precario), éste no genera unos ingresos básicos regulares indispensables para sub-sistir, es decir,

a quienes no tienen autonomía económica?

¿Qué piensan estos de “abajo” del Estado,

del Estado democrático,

del Estado en el que todos tienen derecho a votar- elegir a sus gobernantes?

Más que pensar…

sienten miedo,

esa emoción básica que alerta de peligros y de amenazas, y que resulta angustiante cuando no sabes cómo reaccionar ante estas alertas,

miedo al sufrimiento (no al sufrimiento inevitable por el simple y casual hecho de haber nacido sino a esos otros tan crueles que llegan por el simple y nada casual hecho de no estar bien organizada la sociedad),

miedo  a no llegar, al no poder, al no poder ni siquiera ir tirando,

miedo a los demás,

al Estado mismo que reúne al conjunto de todos los que son los otros,

miedo a uno mismo  que se auto percibe secuestrado de sus propias capacidades, como si careciera de ellas,

hasta miedo, ¡ay!, a la propia  libertad, pues ¿qué es eso de libertad si no puedes elegir entre comer y no comer?

¿Se sentirán los “de abajo” ciudadanos de “su” Estado?

¿Lo sentirán suyo?

¿Qué clase de patriotismo pueden sentir los peor parados de la historia?

Aseguraría que no se sienten ciudadanos, porque “saben” que no lo son en la realidad, saben que los Estados no protegen en cosas esenciales a las personas individualmente consideradas.

¿Sentirán que votan cuando votan en unas elecciones o, más bien, sentirán que da igual, que da lo mismo votar que no votar, que el voto no es el ejercicio de un derecho “efectivo” sino, más bien, una martingala más?

“Una persona, un voto, una opinión, un criterio”: son los recursos básicos, pacíficos, de un ciudadano, que deberían ser suficientes al menos desde un punto de ética y política minimalista.

Ya es difícil una opinión fundada; más difícil aún…, un voto,

un voto…”efectivo”,

pues propio del “voto efectivo” es alcanzar que el Gobierno elegido garantice la independencia económica de sus ciudadanos de acuerdo con el pacto que representa toda Constitución democrática, en virtud del cual el Estado nos libra del miedo original de estar sin otros, nos libra de las causas políticas y sociales del miedo de vivir a la intemperie.

Quizá, por ello, nuestra Constitución (no la del Régimen del 78, sino la que acabó con el régimen franquista en 1978), contiene este singularísimo texto:

Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas;

remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud

y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social (Art. 9.2. de la Constitución Española de 1978).

¿Cuál es, pues, el deber mínimo de los Estados?

Lo sintetizaría diciendo que deben hacer posible que cada ciudadano pueda decidir su vida por no estar condicionada en gran manera por causas sociales y económicas ajenas a su voluntad. Deben hacer posibles que la libertad, la igualdad, los derechos de los individuos sean “reales y efectivos”. Pues:

¿de qué serviría el derecho a una vivienda si el individuo no tiene capacidad para adquirirla  y, además, el Estado dice no tener recursos para proporcionarla o facilitarla?

“Una persona, un voto”:

la condición de persona y el derecho a voto incluye el derecho a tener una vivienda,

el derecho a que todo individuo se pueda desarrollar en tanto que persona.

Si esto no ocurre,

y en la medida que esto no ocurre,

los Estados son imperfectos, insuficientes, inconclusos…

no me importaría llamarlos Estados Fallidos, y a las sociedades que los soportan, Sociedades Injustas.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.