Primera Etapa

Política y depresión

Ciudadanos hiperconsumidores,

que escogemos la planta baja del Corte Inglés como la vía de paso para transitar hasta la calle del otro lateral, no porque necesitemos comprar algo, sino para, de paso, recibir la lluvia de pulsiones que genera, o por la distracción de los escaparates, o por estar al día de lo que se lleva y se consume, o por aburrimiento… y así, de paso, terapeutizarnos.

Ciudadanos hiperconsumidores

con deseos avivados continuamente por el Mercado y sus mercados, y con la seducción de artefactos como el ebook que nos permiten hacer presentes montañas de libros cuyo disfrute se agota en pensar que los poseemos.

Ya no tenemos hambre, tenemos ansia;

ya no deseamos, ansiamos;

ya no hay caminar, hay pura agitación;

ya no nos conforta el futuro, nos tiraniza;

ya no viajamos para ver, sino para no quedarnos parados:

El ansia es la gran perversión contemporánea que todo se lo lleva por delante, en Occidente al menos.

De “ansia” viene “ansiedad”,

y esta palabra es la que figura en miles de bajas laborales que firman los médicos de cabecera.

El mercado laboral no nos quiere deprimidos, insatisfechos, cansados, inseguros, miedosos, tristes, irritados, desesperados. Y nosotros, cuando estamos así (insatisfechos, tristes, profundamente cansados, inseguros, miedosos…) tampoco queremos levantarnos cada día para trabajar, y, aunque quisiéramos hacerlo para no arriesgar el trabajo, no podemos, pese a saber que, al paso de días o de breves semanas, nos citará el inspector de una Mutua para comprobar la veracidad de nuestra dolencia.

La ansiedad de la que hablo es la depresión,

el demonio de la depresión,

la melancolía de siempre pero sin ninguno de sus encantos:

la enfermedad del siglo XXI.

Me refiero a la depresión exógena, esa que tiene su origen en la incertidumbre económica,

en la precariedad laboral (hipolaboralidad) o en el exceso laboral (hiperlaboralidad),

en la crisis climática,

las migraciones,

la violencia machista,

el desarraigo y la deslocalización,

las incertezas (incluidas las amorosas),

el miedo a quedarse en ser nadie,

la indiferencia con la que la economía establecida vive ajena a los valores de solidaridad, compromiso social, pluralidad, humanismo, sentimiento de pertenencia… 

La ansiedad que es la primera causa de esta epidemia (pandemia, a lo mejor) de depresiones que caracterizan el siglo XXI, enfermedad mental que se diagnostica prevalentemente como déficit en el organismo de determinadas sustancias, y escasamente como trastorno derivado de la trayectoria vital de las personas y los escenarios donde transcurren sus circunstancias sociales. De ahí la medicalización de la enfermedad y las terapias basadas en pastillas como método exclusivo de tratamiento, cuando los mejores tratamientos son aquellos que no cuestan dinero, pero cuestan tiempo, que es lo que el sistema no ofrece, ni el sistema político-económico ni el sistema cultural.

Estamos bajo la influencia del pensamiento neoliberal que ha impuesto una cultura de rendimiento y de competitividad a cualquier precio. Acción, acción rápida. Los efectos inmediatos se valoran más que proceder con calma y sopesar las cosas a fondo, que retrasan resultados en el corto plazo. El gran filósofo alemán del siglo XX, Martin Heidegger, decía: “saber preguntar es saber esperar”; 67 años después todavía es mucho más difícil, pues vivimos bajo el yugo de la ordenación lineal del tiempo, con la impresión permanente de que nos falta tiempo cuando, más bien, se trata de una falta de nosotros mismos, mientras el tiempo lineal ocupado, sin darnos cuenta, desarrolla nuestro talento para sentirnos permanentemente insatisfechos.

Saber esperar.

Podríamos acuñar un  “expectare aude”, lateral al kantiano “sapere aude”.

“Atrévete a esperar”: es la base de la salud y de la sabiduría, porque todo lo que puede hacerse rápidamente es de poco o nulo interés.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.