Primera Etapa

¿Política sin ética? Autómatas (des-)obedientes 2

Sócrates ya sabía que no era posible ejercer la parresía en el ágora, esto es; decir la verdad sin ornato, hasta el final con vistas a cuestionar el orden social, normalmente injusto. Su intuición, que data de la democracia ateniense del siglo V a.C., hoy es con toda seguridad vigente. Su estrategia fue la de ser un tábano para sus conciudadanos; solo abandonó la institución oficial donde se hacía la política, para trasladar su actividad a las calles, plazas, salones de sus conciudadanos, y a veces, muy raras veces durante un paseo a la afueras de su ciudad hacia las orillas del río Iliso.

La política es mucho más que lo que hacen los políticos en las instituciones legislativas y ejecutivas de las sociedades. Sócrates es un buen ejemplo de ello. Su trabajo fue primeramente político y seguidamente, pero no menos importante, su praxis estaba cargada de ética. Sin embargo, en la actualidad, se han desplegado otras formas de extender el sentido de lo político. Hay política de gestión en todas partes, también en esas instituciones tradicionales del quehacer político; eso pocas personas lo dudan, incluso algunos pensamos que ya solo queda política de gestión y distracción. De forma explícita las grandes corporaciones con sus campañas mediáticas también nos informan sobre su política de personal, ecológica, etc. De forma implícita, a través de sus prácticas diarias de gestión, producción o prestación de servicios y comercialización, éstas mismas instituciones políticas, las grandes compañías y las pequeñas y medianas empresas, que no pueden permitirse invertir en su imagen de marca, transmiten sin publicidad sus políticas “menos enseñables”.

Clientelismo, corrupción, enchufismo, prevaricación… en las instituciones públicas. Explotación laboral, evasión de impuestos, puertas giratorias, prácticas anti-competencia, abusos contra el consumidor… en grandes corporaciones. Sexismo, xenofobia, ineficacia y pequeños timos… en las pequeñas, medianas y todas las demás organizaciones. Habrá cosas buenas, pero aquí no nos concierne lo bueno si no lo que debería cambiar. En cualquier caso, si un entrevistador pregunta si se piensa o si se tiene pareja o hijos en una entrevista de trabajo; si el banco no pueden devolverte una comisión abusiva; si los turnos de trabajo son inhumanos; si te recortan el sueldo sin apelación alguna; si, si, si… siempre la respuesta toma este sentido o similar; el protocolo de la empresa es así, el sistema informático no te da la opción, la necesidad del servicio no nos permite hacerlo de otra manera, financieramente no hay más alternativas… un áspero laberinto de hormigón por el que transitar.

Lo que no hay hoy es política cargada de ética, sea o no de gestión, quizás de ahí la actividad desconcertante de Sócrates. Para él la actividad política fuera del ágora fue un remedio casero, una empresa personal para reconectar la ética con la política en un sentido más amplio, más allá del teatro político. En cierto modo, su decir la verdad en conversaciones agotadoras, incluso recalcitrantes para sus contertulios, fue una manera de liberar conciencias atrapadas en una racionalidad de la obediencia. Hoy, la lógica de la eficacia de gestión, del ajuste de medios y fines, que nadie ha elegido como fines porque vinieron dados y nunca fueron cuestionados, nos convierten en autómatas hechos para obedecer, como los conciudadanos de Sócrates hicieron a otras razones instrumentales en su tiempo.

La política de gestión no tiene la culpa; es necesaria. El problema aparece cuando su lógica se impone a la política de toma de decisiones, cuando no queda espacio para determinar los fines, ni hay diversidad de alternativas sobre las que debatir y decidir. Claramente, esta política de gestión ha penetrado en todos los ámbitos, está marcada y dirigida por la esfera económica y disemina un discurso y prácticas sociales que excluyen el sentido originario de la política.

Sócrates fue un autómata des-obediente, que nos enseñó un camino, que posiblemente no sea válido hoy ¿quién puede saberlo? Se dirigió a cada persona, agitó las conciencias, porque tenía la esperanza de que las personas que ocupan las organizaciones hicieran algo más que obedecer. Su hipótesis de trabajo era muy sencilla. Vamos a aplicar a algún caso actual. Si usted es del Opus Dei, o si se piensa progresista, y tiene una empresa puede renunciar a parte de su beneficio económico para ser coherente con los principios éticos que dice tener. Para ello, necesita darse cuenta de qué está mal, luego ser valiente para ejercer su libertad y tomar decisiones que escapen a esa lógica dominante que nos hace autómatas.

Esta ética en forma de diálogo que Sócrates practicó es esencialmente política, en el sentido que damos a este término; que va más allá tanto de la política institucional como de la de gestión. Por ejemplo, muchas madres y padres podrían ver crecer a sus hijos y educarlos mejor si los turnos de trabajo no se prolongasen todo el fin de semana en las grandes superficies comerciales; sabemos que dicen que el mercado no lo permite, pero en realidad esa política de apertura de comercios total está supeditada al principio de maximización de beneficios de una parte, la de los propietarios. Si esa política se impregnara de ética socràtica, inseparable de una dimensión política, el beneficio económico sería un criterio empresarial importante pero no más que el sentido de la igual necesidad que tiene todo el mundo de tener familia, de cuidarla y educar a la siguiente generación; dueños, jefes y empleados de base, como suele decirse por igual. De manera que, tanto si se trata de un propietario o gestor del Opus Dei o de Izquierdas, es fácil ver que, cada uno de ellos desde sus principios morales, la injusticia que esas políticas de apertura comercial total causan a los empleados, el daño a sus propias conciencias, de los privilegiados, y a la sociedad misma en su conjunto.

La política y la ética así conectadas implican llegar a ser autómatas des-obedientes; es un esfuerzo llegar a serlo porque requiere el pensar con honestidad sobre nuestras propias incoherencias y rendiciones, así como el coraje para actuar contra ellas. Eso es una práctica de libertad “desobediente” digna de ser cultivada.

José Emilio Batista Barrios

Artículo escrito por José Emilio Batista Barrios, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.