Primera Etapa

Mirada política desde la ética

EL aire está lleno de nuestros gritos. Pero

la costumbre nos ensordece.

Beckett, S., “Esperando a Godot”, Tusquets Editores, Barcelona, 2011, página 122, frase puesta en boca de Vladimir.

Los gritos de niños no acompañados que emigran a otro país (¡!aunque callen, porque callan, qué terrible!!), de personas mayores que se caen en su piso donde nadie puede ayudarles (¡!qué drama individual y qué poco drama social!!), de adolescentes violadas en estado de inconsciencia (¡!horror!!), de personas desplazadas que han abandonado su hogar y sus medios de subsistencia (¡!desesperanza sin límites!!), de refugiados que huyen de su país por temor a ser encarcelados y hasta asesinados (¡!miedo a máximos!!), de mujeres despavoridas por vivir con quien puede maltratar a ellas y a sus hijos (¡!saturadas de susto y de temor!!)…,

el grito, en fin, de seres humanos que añaden a la vulnerabilidad de todo ser finito (“hombre de carne y hueso que nace, sufre y muere”, Unamuno, en El Sentimiento trágico de la vida), añaden, digo, la vulnerabilidad derivada de factores físicos, económicos, sociales, políticos, que se expresa en la incapacidad sobrevenida, mayor o menor, para hacer frente, y resistir, a los efectos de un peligro causado por la naturaleza o por la propia actividad de los humanos. 

Gritos de nuestros prójimos (tan cercanos y tan lejanos a la vez) que nadie escucha,

atrapados por unas lógicas que reducen a silencio los reclamos de la desesperación y de la angustia,

o como dice Vladimir: porque la costumbre nos hace sordos: nos priva de la escucha y nos hace inmunes a la empatía.

La costumbre, que identifico con la moral vigente: ese conjunto de normas, valores, principios, hábitos, propios de una cultura en un momento determinado de su historia, que categoriza y disciplina las relaciones sociales.

Nadie podemos vivir totalmente al margen de un mundo moral adquirido, consciente e inconsciente, de manera que, cuando nos encontramos con una situación de vida vulnerada, ya vamos equipados con una determinada y concreta “moral” que nos insensibiliza:

el ruido ambiente, la distracción ambiente, la ambición ambiente, nos hace insensibles a los gritos que llenan la atmósfera que nos envuelve.

PERO la política no debe trabajar solo desde la moral vigente, sino también contra ella (impulso ético).

Es necesario un impulso ético que sea capaz de reaccionar frente a la moral vigente “acostumbrada” a convivir con los statu quo que cambian algo para que todo siga igual, capaz de distinguir entre lo que es socialmente conveniente y lo que no.

La ética añade a la moral reflexión sobre lo que pensamos acerca de la propia realidad que creamos y en la que nos relacionamos, tiene su origen en la propia experiencia vital personal y relacional, y en la necesidad ineludible de “responder” (responsabilidad) a los desafíos que provoca la vida y dar forma y respuesta al devenir incierto de los acontecimientos y de las relaciones con los demás.

La ética obliga a contestar permanentemente a la pregunta kantiana sobre qué debo hacer frente a los criterios opuestos de lo que debemos hacer, creando respuestas cambiantes, inciertas, que permitan encajar la propia realidad de cada uno con la realidad de los demás y con la realidad de las cosas.

Una ética del pensamiento que ve desigualdad y democracia estrechamente unidas, y se alarma por ello.

Pensar como respuesta a algo,

pensar desde la “afectación” por ese algo que veo,

pensar como expresión de lo que sucede dentro de mí a partir de lo que sucede en el exterior,

pensar poniendo en cuestión las obviedades ya existentes,

pensar a partir de una realidad que nos muerde y araña.

Mientras los gritos que hay en el aire no quiebren el mar de hielo que llevamos dentro (Kafka, en carta de 1904 a su amigo Oskar Pollak);

mientras los gritos de la pobreza, la exclusión, la desigualdad, la dominación, la vulnerabilidad no nos hieran…

será difícil que hagamos emerger nuevas actitudes que traten de estructurar nuevas maneras de hacer política que se identifique con lo común,

una política que signifique una manera cómplice y solidaria de  estar ahí, con los otros: común-icándonos.

Entonces…

esperar a Godot ya no importará, ni saber quién es, ni si vendrá o no, ni si existe, porque los gritos que llenan el aire nos movilizan a la acción.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.