Llevaba días preparando este diálogo con Anthem de Leonard Cohen, cuando un amigo y asiduo lector de Scholé me envió un mensaje de WhatsApp que me mostró la puerta que en este pétalo violeta de Philosophitheka voy a atravesar para caminar los senderos de la condición humana. Esta vez no era un haiku, como Toni Ginés suele enviarme, sino una reflexión de Miquel Martí i Poll que dice así; “Perduts els símbols, ens queda el risc de creure només en nosaltres”. Sí, el egoteísmo trae consigo riesgos; soledad sin esperanza, exclusión de la imperfección en la vida, o amor como refugio de guerra. Perdida la dimensión colectiva de los símbolos, el aislamiento depresivo, la insatisfacción crónica y la afectividad expoliadora campan a sus anchas en las conciencias contemporáneas.
Esta canción de Leonard Cohen pone letra y música sublimes a esta sobrecogedora realidad; no por el placer de sumergirse en el nihilismo pesimista. Esta canción hace excelentemente lo que la poesía hace; traer algo a la existencia, una sensibilidad capaz de enfrentarse; crear una discontinuidad más allá de los discursos razonables que oprimen; liberar el espíritu de la sinrazón de la razón hacia la virtualidad del pensamiento que se siente en el mundo con otros. Cohen no puede ni quiere decirnos directamente qué, cómo, cuándo, dónde o con quién pensar y actuar, pero inspira a quien escucha lo que canta y lo que calla. “Nadie emprende este camino salvo el crepúsculo de otoño”, escribió Matsuo Basho, Anthem es un crepúsculo de otoño para nosotros: “
Campanas y soledad
Presentes en numerosas tradiciones culturales con asombrosa riqueza de tamaños, formas, sonoridad y simbolismo, las campanas son instrumentos que, cuando suenan, sacan al individuo de sus tareas cotidianas para unirse al grupo en algo extraordinario. Apagar un fuego, alertar del peligro, llamar a la oración, ahuyentar malos espíritus, o llamar a celebraciones de vida o de muerte.
La soledad no se combate simplemente estando con otros; eso se ve claro en una oficina o cadena de montaje mientras se trabaja. Un tiempo de soledad buscada debe ser saludable. El sonido de la campana activa la dimensión colectiva de ciertos acontecimientos significativos para una comunidad; como la música, une sin discurso. Cada cual puede asociar las palabras que quiera e interpretarlas de forma diferente, pero todas ellas caben en la misma experiencia colectiva.
Hay otras maneras de conseguir este momento catártico que une sin oprimir, que hace sentirse parte sin dogmatismo o fanatismo. Hay ideales y sus representaciones simbólicas, como la sagrada paloma que podría unirnos de esta forma ¿Pero qué hacer si está encadenada a intereses particulares y es objeto de mercadeo? Tirar la toalla ¿Pero quién no quiere vivir en paz? Entonces, luchar ¿Pero qué medios podemos usar sin traicionar el ideal? Con los discursos ¿Pero cómo evitar que su verdad no nos arrastre fanáticamente a la obediencia o la violencia, de nuevo?
La campana, como la poesía, el arte en general, la filosofía o esta bella canción, es símbolo de un posible camino abierto para cada uno de nosotros. Ritmo para iniciar la marcha, belleza para desarrollar una nueva sensibilidad compartida, imaginación para vislumbrar caminos por trillar. Símbolos capaces de mostrarnos la igualdad radical ante la vida y la muerte, la dimensión colectiva de la inteligencia, la necesidad del cielo, de la tierra, de los otros y de lo extraordinario de la realidad. Con esto en mente, es nuestra responsabilidad hacerla sonar.
Imperfección vital olvidada
Comenzar otra vez sin añoranza del pasado ni expectativas de futuro requiere soltar pesados lastres. Decir que todo está bien, que no hay problema en la sociedad actual es un autoengaño. Ocupar todo el tiempo en señalar todas las cosas que, a nuestro juicio, no funcionan bien parece fútil. Aceptar la vida tal como se supone, no pasividad ni decaimiento, sino entender que las cosas, a veces o muchas veces, no funcionan bien o no lo hacen en absoluto. Se llama error, carencia, enfermedad, disfuncionalidad, patología, cáncer, injusticia, mentira, descoordinación, abandono, dolor, maldad, guerra, etc. Todo ello forma parte del nacimiento traicionado, del matrimonio consumido, de gobiernos sin pueblos, o de cuentas que no cuadran. Pero también la vida nos regala los opuestos a todo eso que molesta, irrita, enturbia el ánimo o entristece.
La vida no es perfecta, en su imperfección está su perfectibilidad, su dinamismo, sus posibles realizaciones. Hay que desapegarnos del olvido de la imperfección en las que somos cultivados para poder apreciar la luz que penetra en todo ser. Contar con la imperfección es tomar los caminos del bosque no hollados, abandonar la desilusionante expectativa de que el pasado se prolongará hasta el futuro tal y como queremos. ¿Pero qué pasado, el que conviene aquí y ahora? ¿También hemos olvidado que seremos otros y que entonces ya no nos agradaría esa prolongación? Si uno no puede bañarse en el mismo río, no es solo porque el río es una corriente continua sino porque nuestra vida también es una corriente en movimiento continuo.
Amor para salir de los refugios del yo
Antes que caer en la vorágine desenfrenada, caótica y astutamente gobernada por asesinos en las altas esferas, queda el amor de la familia, la amistad, la pareja, o el grupo fluido poliamoroso. ¿Hace frío ahí fuera? ¡Mejor cobijarse! Por desgracia no es suficiente. Los filósofos del jardín probaron esa estrategia con más ahínco que otras filosofías posteriores a Sócrates, y puede que les funcionara, pero aquel yo de la Antigüedad no es este yo actual.
El cosmos existe desde siempre, de él surge la naturaleza, o es la misma cosa. Dioses, humanos, animales, plantas, fenómenos meteorológicos, volcanes o inundaciones forman parte de una totalidad. Las sociedades humanas forman parte de ese todo, y los individuos, a su vez, forman parte de una comunidad cultural y social. Es posible tomarse unas vacaciones de la sociedad, apartarse a un bello jardín con seres queridos. Los lazos de pertenencia son firmes, los símbolos compartidos estables y la responsabilidad ética con los otros posible a través de la difusión de sus ideas. La conexión entre la ética y la política todavía no se ha disuelto por completo. Más que un refugio en el amor privado, en esa época, se trataba de un retiro amoroso para darse un tiempo para razonar con otros.
El cultivo del yo actual tiene otra sustancia. Es un yo que funda, que da origen y base a todo lo demás; pienso luego existo. La sociedad moderna se pensó como un agregado de individuos, buenos o malvados por naturaleza, que tenían que bregar con la realidad y los otros. Dios, naturaleza, el mundo mismo de esos individuos surge de una negociación constante. Los símbolos compartidos se privatizan, resultando en convenientes y precarios; nacionalismo, fanatismo religioso, racismo, clasismo son instrumentos del poderoso que alimenta, adula, atemoriza, engaña a los individuos. La instigación del yo es una estrategia del gobierno de la vida humana, y el propio deseo, paradójicamente, su arma más potente. Dejado en la soledad existencial, hay que alinear al yo con una noble causa cuando la ocasión lo requiera, para amar odiando más, para obedecer más ciegamente, para matar y dejarse matar más. Nación, dios, raza, clase, imperio se construyen con discursos que crean la idea del súbdito leal porque se trata de servir voluntariamente. Esta forma de amor refugio en la identidad trae violencia y destrucción de la vida. Ya sea en su versión de refugio hedonista y egoteista o en su versión militante identitaria, este yo, si se agota, se frustra, se atemoriza, entonces se refugia en el amor, pero es instrumental; es una transacción, no siempre simétrica, para aplacar el malestar. Nada se produce en el sentido de la poiesis de los antiguos.
Necesitamos oír a los pájaros cantar, empezar cada día, comprender los condicionantes de la vida, tañer las campanas, abrazar la imperfección para iluminar el camino, no servir al poder y sus discursos, incluso divergir de los discursos razonables. Necesitamos urgentemente pasar del amor como refugio al amor mundi en el sentido en que Hannah Arendt fue perfilando en su obra.
El amor del mundo significa abrazar la vida pública, frente a lo privada que atomiza y aísla; valorar la rica pluralidad de perspectivas, frente al pensamiento único; cuidar del bienestar y futuro de las personas, las instituciones democráticas y la tierra en la que vivimos, frente a la explotación humana y el expolio de la naturaleza; fomentar la libertad, el diálogo y el respeto de los derechos humanos, frente a actitudes y prácticas totalitarias; acoger la vida enteramente, sus aspectos positivos, negativos y de riesgo, pues esa es la condición humana, frente al ilusionismo de un yo emperador que espera solo ser absolutamente servido por el mundo.
Hannah Arendt exploró diferentes conceptos de amor que se complementan y son útiles para enraizar y encarnar este amor mundi. Ágape o amor generoso que se responsabiliza y compromete con la cosa pública; Philia o amistad que se caracteriza por el aprecio mutuo, el reconocimiento de la igualdad y el respeto, necesarios para un diálogo político saludable; Eros o pasión por el mundo que impulsa el pensamiento y la acción para implicarse con otros en los asuntos que importan, oponiéndose al aislamiento y la pasividad; Storge o amor empático que fortalece la comprensión y compasión por la condición humana que confraterniza universalmente, frente a la indiferencia; y el amor por la humanidad que ensancha la conciencia y nos lleva afectivamente más allá de las trincheras identitarias.
Leonard Cohen en toda su obra nos confronta con nuestra dañada humanidad desde el amor del mundo, y nos empuja sutil y sublimemente hacia el amor del mundo, como contramedida a los riesgos de creer más, o solo, en uno mismo; un camino que solo siendo crepúsculo de otoño se puede emprender.
¿Qué nos impide ser crepúsculo de otoño? En la próxima entrada buscaremos los peligros ocultos en los discursos que asumimos como verdaderos, y cómo nos gobiernan y alejan del camino del amor del mundo. Trataremos la conceptualización de la vida de los árboles en el discurso científico y su relación con el ideal de vida dominante y cómo, en consecuencia, deberíamos vivirla.
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