Acabo de inaugurar el Taco Calendario del Corazón de Jesús, que año tras año me lo regalaba mi madre.
Desde que ella no lo puede hacer, lo hago yo todos los años, como si de una persona vicaria se tratara.
Abro el día primero de enero y aprovecho para informarme del santoral, con actitud abierta a todo aquello que quiera decirme y a todo aquello de realidad, de fervor, de martirio, de servicio, de pecado, de leyenda…que pueda formar parte de quienes habitan, año tras año, en el Calendario.
Aparecen allí:
- NªSª de Belén
- Santos Justino de Chieti; Fulgencio de Ruspe; Vicente Mª. Strambi
- Obispos Almaquio:martir, Eugendo; Claro; Frodoberto; Guillermo de Dijón; Odilón.
- Abades: Zdislava
- Presbítero y fdr: Segismundo Gorzdowski
Siento agrado sonoro y mágico mientras me detengo segundos en cada uno de ellos: Frodoberto…Claro…Almaquio…y qué decir acerca de Odilón, que me recuerda al pintor simbolista francés creador, entre otras maravillas, de Nubes de flores, que contemplo con gran complacencia…
Imagino que todos fueron seres reales, relevantes, pero que fueron olvidados por la sociedad, de manera que ahora que tantos nombres “extraños” se asocian a recién nacidos…, ninguno lleva el nombre de Almaquio, tan sonoro, o de Claro, tan iluminado…
Pero no siempre sucede así.
Estuve hace años en el Pueblo de San Leonardo de Yagüe, en la provincia de Soria. Antes de Franco la localidad se llamaba San Leonardo, a secas, santo importante, que aparece en el santoral del Corazón de Jesús el 26 de noviembre con el nombre de Leonardo de Porto Maurizio, con el aval de religioso. Pues bien, a este santo franciscano nacido en Italia, el Estado cambió el nombre del municipio por el de San Leonardo de Yagüe, de Juan Yagüe, vaya, el Carnicero de Badajoz, y Ministro del Aire recién terminada la Guerra Civil. ¡!Pobrecillo este Santo Franciscano que siglos después de nacer vive asociado a un sujeto de extrema crueldad y deshonestidad!!, todavía hoy, casi cincuenta años después de la muerte de Franco. (En descargo del pueblo puedo decir que, en verdad, nadie me dio la impresión de conocer quién era San Leonardo y por qué le dieron su nombre al pueblo y sí conocían quién era Juan Yagüe).
Si me fijo más, todos los nombres me llevan a la santidad. Están en el Santoral porque alcanzaron la santidad, convirtiéndose así en un símbolo de aquello a lo que podemos llegar,
llegar a ser, quiero decir,
a través de un camino que deberíamos recorrer si estamos dispuestos a aprender algo de las tinieblas en las que siempre estamos,
cambiando de vía como aconseja Edgar Morín a sus espléndidos 100 años y meses,
escuchando al Maestro Chuang Tzu,
al Jesús de los Cuatro Evangelios,
al pobrecillo de Assís,
y tantas otras voces y comportamientos ejemplares que no atendemos ni queremos atender porque nos juzgan…,
inmersos como estamos en la inmensidad de la distracción y del extra-vío.
Leon Bloy dijo en una ocasión: “Solo hay una desgracia, la de no ser santo”.
Y Marguerite Yourcenar cuenta la historia de los tres escolares del siglo XIV que se dirigieron a Flandes a casa de Ruysbroeck el Admirable, y le dijeron: “Queremos ser santos, pero no sabemos cómo hacerlo”. Y Ruysbroeck respondió: “Ustedes son tan santos como quieran serlo (vos estis tam sancti sicut vultis). Y la Yourcenar añade: depende de nosotros ser más santos,
es decir,
mejor de lo que somos,
como hasta cierto punto depende de nosotros ser más inteligentes y más bellos de lo que somos,
sin que nada tenga que ver este proceso de mejora con la tan manida y obscena “Excelencia” tan pregonada en la Economía….
Leon Bloy (1846-1917) fue un novelista, ensayista y poeta francés muy rebelde y contestatario a los valores que representaban la modernidad en el cambio de siglo, lo que explica la frase que citamos. De modo muy similar a como Rilke dedica un capítulo, el 52, de sus Apuntes de Malte Laurids Brigge para enredarse en el tema de la santidad como reacción a muchos de los valores nefastos que resultaron de las luces de la Modernidad en el París de 1900.
No estoy en condiciones de saber si todos cuantos figuran en este santoral fueron santos o, simplemente, algún Papa los declaró.
Sí sé que lo fue mi madre. Fue “santa”, en plenitud de fragancia hasta el final, y así ha quedado en el Santoral de cada uno de sus hijos.
A veces, lo más pequeño define los grandes amores. De mi madre señalo tres de esas señales:
el regalo, cada año, del Taco Calendario del Corazón de Jesús, pues pensaba que era una muy buena compañía para no descarriar en el camino,
la despedida que me hacía desde el balcón cada semana que iba a visitarla: inolvidable ha quedado la imagen de sus manos, de su sonrisa, de sus ojos, de su aceptación, de su alegría, en fin, mientras yo me alejaba. Nunca faltó a su cita.
Y la última señal: ya muy próxima a morir, desde la cama del hospital, percibió que llevaba poco abrigo para el frío que intuía que hacía en la calle (era el mes de noviembre): y me dijo, “hijo, ponte una chaqueta para que no tengas frío”.
Recuerdo recomendaciones suyas, pero ninguna riña.
No recuerdo ni una sola riña destemplada de mi madre.
Yo, en cambio, sí que le organicé, al menos, dos riñas severas que entonces hice con mucha convicción, pero que ahora me siguen doliendo.
Por eso, por todo lo que ha quedado de ella en nosotros, por todo lo que nos regaló, por todo lo que fue, además de seguir queriéndola, sigue viviendo entre nosotros de manera misteriosa, sin que las cenizas del tiempo la empañen con sus nieblas…