Vivimos en un mundo donde el poder político y la riqueza siguen una tendencia de progresiva concentración.
¿Llegará el mundo a ser de propiedad privada?
¿Llegará un mundo en el que “todos” no sean dueños de “nada”?
¿Ha llegado ya un mundo en el que el derroche y el lujo se consideran conquistas definitivas?
¿Estamos ya en el comienzo del fin de la naturaleza?
El hecho de que las propias preguntas no nos resulten teóricamente repugnantes ya implica aceptar la posibilidad,
una posibilidad de que estemos caminando en esa dirección,
en la dirección de la utopía negativa,
del agujero negro en la vía láctea de la existencia,
en una descompensación de lo que llamamos la saludable tensión democrática.
El dinero asciende, se idoliza y se idolotratiza, conquista la economía;
la economía conquista la política;
la política se hace dueña de la naturaleza y de las personas que lo habitan:
éste sería el mundo al revés, mundo a la medida de la conveniencia de los menos;
mundo marcado por la desigualdad y por la falta de libertad.
mundo helado en el que la democracia ya no calienta.
No es de extrañar que la gente se aleje de un fogón donde solo se ven cenizas.
Aunque…
bajo las cenizas,
siguen, enérgicos, los viejos principios, las brasas de la democracia, sobre las que reconquistar políticas e ideologías, pues, si no lo hacemos los ciudadanos, lo hará el dinero, y seguirán los “avances” destructivos.
Aunque la democracia es buena en sí es imprescindible hacerla buena,
porque su bondad es su imperfección y su perfectibilidad.
Hoy me quiero detener, pasar lista al menos, en los viejos principios que forjaron la primera democracia en Atenas. Lo quiero hacer utilizando la propia terminología griega aunque sea con grafía españolizada (como recordando la génesis griega del pensamiento moderno y contemporáneo), y despedirme, de esta manera, del blog hasta que llegue el mes de septiembre:
Me propongo verlos (los viejos principios), mis queridos lectores,
disfrutarlos como objetos en una vitrina,
sentir el calor de las brasas,
en unos tiempos en que las oportunidades para las desigualdades siguen aumentando.
Isonomia:
Es la igualdad política y la igualdad ante la ley
Isegoria:
Es la igualdad en el uso y administración de la palabra. La igualdad no era un hecho, era un derecho que no podía dejarse al cuidado solo de los deseos individuales.
Parrhesia:
Es la virtud de atreverse a emplear la palabra para decir la verdad.
Boule:
Es la voluntad de participar activamente en lo que es común.
Eunomia:
Es la aceptación y la devoción por la legalidad, por la observación de las leyes, por la buena ley.
Dike:
Es el sentido de la justicia y el derecho a hacer justicia.
Dikaiosine:
Es el sentido de la justicia en si misma considerada, como base y fuente de probidad y de buena convivencia.
Seisastheia:
Supresión de deudas que conducen a la esclavitud, que la había, como hay, hoy, formas de esclavitud, quizá más sutiles y perversas que las que corroían los ideales de la democracia ateniense.
Eleos:
La compasión y la piedad, esa otra igualdad ante el dolor y la desgracia ajenos, cuando ya la acción te supera o crees que te ha superado.
Paideia:
La educación, como actitud de cultivo permanente de la personalidad y de las facultades humanas; la educación como exigencia ineludible de la democracia. La educación como ejercicio y fomento de la libertad: libertad para poder pensar y… tener algo que decir, y…no ser productores espontáneos de servidumbre
Aristeia:
Es la lucha por lo mejor, tanto como proyecto personal como colectivo, pues solo el animal humano no queda igual: o va a más o va a menos.
Eleutheria:
La libertad, esencia del ser humano individual.
Eudaimonia:
La felicidad como realización plena de la persona y como razón de ser del Estado.
¿Retorno a los griegos?
Me parece muy saludable retroceder, de vez en cuando, para avanzar (re-tro-pro-gre-sión). No para abandonar nuevos análisis del poder político y de cómo resistirlo; no para rendir culto al pasado, ni para hacer hermeneusis retóricas del entonces, sino para recuperar y afianzar el ímpetu transformador de unos valores esenciales que forman parte de nuestra tradición.