El malentendido de vivir en “las afueras” de un Paraíso ha acompañado siempre a la Humanidad, y quizá por ello hemos vivido, y vivimos, anhelando el Edén perdido y lamentando las adversidades que siempre acechan a los humanos en una tierra que no va más allá de ser “los exteriores” de un lugar primigenio y mítico de absoluta felicidad. Y así, una de las creencias de nuestra cultura emocional es que el objetivo de la vida es la felicidad, fuera del territorio de la razón y dentro del espacio de la fe.
Viene de lejos, claro:
“Y le arrojó Yavé Dios del jardín de Edén, a labrar la tierra de la que había sido tomado. Expulsó al hombre y puso delante del jardín de Edén un querubín, que blandía flameante espada, para guardar el camino de la vida”.
Génesis 3, 23-24
Así lo recogió Masaccio, magistralmente, en la Capilla Brancacci, iglesia de Santa María del Cármine, al otro lado del Arno, en la Florencia del primer Renacimiento.
Adán y Eva aparecen totalmente desnudos,
desolados y patéticos,
en situación de caminar,
ejecutando la expulsión divina,
saliendo por la puerta del Edén cuyo dintel todavía toca Adán en su caminar de salida.
¿No veis al Ángel Querubín,
de rojo vivo,
armado,
blandiendo la espada llena de acero de victoria,
situado sobre la puerta,
guardián del Jardín para impedir cualquier tentación de retorno al espacio de la perfección y de la plenitud?
¿No veis al Ángel Esplendor,
señalando con el dedo índice de la mano izquierda,
“por allí, por allí”,
palabras que entrecomillo por tratarse de la voz de Yavé por boca de Querubín?
¿No veis el dramatismo del color ocre de la tierra por donde se adentran,
el suelo yermo por donde caminan,
el sol implacable que los aplasta (que tanto hacen notar las sombras de los pies de quienes caminan),
la total ausencia de un solo color verde vegetal?
¿No veis los crispados ojos de Eva,
con la boca abierta,
gritando dolor y desesperación,
cuando ya de nada sirve, pues han entrado en el reino del Grito,
reino éste en donde todos nacemos “gritando”, inaugurando así nuestra particular Génesis?
Nos convendría a cada humano resolver el “malentendido”,
abandonar el callejón sin salida,
pues en vano intentaremos recordar y reproducir el Edén donde nunca estuvimos.
Hemos nacido en esta tierra, sede de la im-perfección y de la im-plenitud,
donde vivimos los humanos que, por serlo, compatibilizamos humanidad e inhumanidad: solo los humanos podemos ser inhumanos.
Vivimos en “las afueras” de una utopía y no hemos llegado desde espacios abundantes en oro, incienso y mirra,
sino desde una casual evolución;
vivimos en la intemperie,
la “intemperie” es nuestro lugar “natural” de estar,
tierras de claridades y de sombras,
de luces intermedias,
siempre vulnerables (activos y pasivos) a la indiferencia, a la vejación, a la injusticia, al individualismo, a la enfermedad, a la muerte,
PERO…capaces de dar significación y sentido a “vacíos e insignificancias” y, por lo tanto, somos trascendentales, desbordamos hechos y datos, y resultamos seres misteriosos y sorprendentes:
a mí, esto, me parece el Paraíso Posible.
La Dickinson escribió:
Aquello que invita, estremece, concede,
revolotea, se agita, se manifiesta, desaparece,
regresa, sugiere, encanta, convence…
escapa al Paraíso, finalmente.
¡!Emily,
van por ti!!,
tus palabras no murieron cuando las dijiste,
más bien comenzaron vida perdurable,
y así de lozanas siguen,
(entre paréntesis, te añado que, igual que cuando Tú te movías aquí, Abajo, entre Plantas, Vestidos blancos y Versos…,
hoy todavía hay mucha gente laica que, contra viento y marea, siguen creyendo en paraísos inexistentes y no aceptan estar alegres en “las afueras” en las que nacieron).