Primera Etapa

La tensión democrática

La democracia es un valor constitucionalizado en nuestras sociedades. Lo cual no quiere decir que agrade por igual a todos, pues, por definición, la democracia confía el poder político a la población en general y, para ello, tuvo que arrebatarlo a unos pocos privilegiados. Por eso, en un sistema democrático representativo la opinión pública libre puede influir en la política y en el control político del Gobierno para que éste lleve a cabo programas acordados por la población en general.

La democracia, pues, se comporta como un difusor del poder político,

mientras que la economía se comporta como un concentrador de riqueza y de poder.

O dicho de otra manera,

todos son propietarios del poder político, pero solo unos pocos detentan la mayor parte de la riqueza de un país, por lo que estos pocos tienen mucho interés en “comprar” ese poder y evitar así la tiranía (¿??) de todos.

¿Qué es lo que consiguen los ricos aumentando el control sobre lo político? Seguir incrementando la propia riqueza utilizando a su favor los múltiples recursos y medidas existentes en la política para seguir favoreciendo la concentración de riqueza y de poder.

Esta situación genera conflicto, tensión, enfrentamiento:

  • Entre política y economía
  • Entre mayorías y minorías
  • Entre base y casta
  • Entre los que quieren más libertad y más democracia y quienes desean menos libertad y menos democracia
  • Entre quienes defienden una democracia formal y quienes defienden una democracia real
  • Entre quienes aman la democracia y quienes solo la razonan.
  • Entre individuos y sociedad.
  • Entre libertad e igualdad

Esta tensión o enfrentamiento es el espacio nuestro de cada día,

en el que nos movemos,

en el que se plantean las acciones políticas.

No es un espacio de igualdad.

No de igualdad de oportunidades.

Ni siquiera es igual la necesidad que las personas tienen del Estado y de la política.

Es, pues, la democracia el reino de la libertad y de la desigualdad que, eso sí, hace posible vivir pacíficamente (¡!no siempre!!), aunque con tensión pública. Y con enfrentamiento de intereses. También, con posibilidades de conquistas parciales en términos posición económica y de movilidad social, y de disminución efectiva de las desigualdades.

Siendo este el marco base de la acción política, ésta deberá responder a dos metas básicas:

1.- Conquistar mejoras en el ámbito de lo concreto y diario.

2.- Conquistar cambios en el espacio político marco.

¿Es poco?

Sí, pero es mucho en términos relativos.

En las dictaduras el espacio no es dicotómico,

no puede existir la tensión entre los pocos y los muchos,

el conflicto es oficialmente inexistente.

En las democracias, en cambio, esta tensión está constitucionalizada y la libertad de expresión permite airearla sin ser perseguido por ello. Es algo a defender con uñas y dientes, pues no es imposible que vuelvan dictadores que quieran solucionar la tensión reduciendo/acabando con la democracia, aprovechando precisamente las libertades democráticas. Esos candidatos a dictadores están ya, se les ve y se les nota, más en algunos países europeos que en otros: quieren regresar, incluso empiezan a ganar elecciones.

Dos son, pues, las vías para reducir la tensión democrática: menos democracia, menos desigualdad.

Reducir la desigualdad: esta opción también reduce la tensión y el conflicto.

Opción que requiere de los ciudadanos empeño ético y político en alto grado. No basta para alcanzar una buena vida ser un esforzado autor de la propia biografía, sino, también, ser coautor de la biografía colectiva, ser capaces de abandonar el tipo de individualidad que se nos ha impuesto durante siglos. La ética y la política son prerrogativas del hombre libre y del hombre de acción,

lo que nos  es-pe-ci-fi-ca,

capaces de trasladar a la democracia el impulso transformador de otras etapas,

capaces de alentar “esa fuerza que siempre termina derrocando a los amos y a los dioses”, según la enérgica expresión de Camus en “Cartas a un amigo alemán”.

La fuerza de los ciudadanos,

individuos plurales,

que estimulan y alumbran,

con demandas firmes,

reacciones populares generalizadas contra los que se pretenden tiranos de la humanidad.

Seguramente, los partidos socialistas deberían rehabilitarse, rearmarse, reideologizarse en esta dirección para alcanzar la credibilidad social que han ido perdiendo a chorros en estos decadentes años del siglo XXI.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.