Chuang Tzu, un filósofo chino contemporáneo de Aristóteles, decía:
Cuando un arquero dispara porque sí, está en posesión de toda su habilidad.
Si está disparando por ganar una hebilla de bronce, está nervioso.
Si el premio es de oro, se ciega, o ve dos blancos: ¡Ha perdido la cabeza!
Su habilidad no ha variado, pero el premio lo divide. Está preocupado. Piensa más en vencer que en disparar…
Y la necesidad de ganar le quita el poder.
Traigo a página este audaz y sabio pasaje a propósito de los partidos políticos.
El “en sí” de los partidos es ser instituciones cruciales en la materialización de la representación de la ciudadanía en el espacio de la política.
No son fines en sí, son instrumentos para.
No son maquinarias de producir diputados, senadores, consejeros, concejales;
ni máquinas de fabricación de mayorías,
tampoco agrupaciones de profesionales que hallan una mina en la denuncia de los demás, de lo demás y en el lamento continuo contra los otros como justificación de sus comportamientos…,
son instrumentos de democracia, garantes de calidad democrática, de servicio a una ciudadanía.
Si no hacen política para servir, no sirven para hacer política.
Deberían, pues, comprender que las mayorías parlamentarias no son el objetivo:
es muy desafortunado convertir en objetivo lo que debe ser un resultado, pues de lo contrario la necesidad de ganar les quita poder. ¡! Qué despilfarro de energía!!
Los políticos deciden,
incluso se equivocan, porque tienen obligación de tomar decisiones,
y, luego…,
son reelegidos o no, pues las democracias incluyen elegir representantes o …!deselegirlos!
Las “elecciones” son también “deselecciones”.
Ambas cosas deben celebrarse: perder también es ganar, si es que creemos que lo importante es disparar, concentrar toda la energía en la acción política de servicio.
Lo esencial de los partidos es el permanente afán de renovación que debe alentar su cultura. Es imprescindible superar la brecha entre ciudadanía y partidos, conocer qué es lo que está pasando, y APRENDER A VER desde los ojos de las personas a quienes representan, muchas de las cuales han tenido, tienen, una vida injusta, dura, atemorizadora, incierta. “Ver” la verdad sobre el terreno, no, solo, desde el territorio del despacho o del documento.
Los partidos son capacidad de progresar, de responder, de ejercer la responsabilidad, de demostrar con la acción que no son monolíticos, que no son bloques ideológicos compactos-graníticos, de manera que son capaces de darse la razón entre ellos, de conversar, de acordar desde las transigencias recíprocas,
de in-ter-de-pen-der,
de que sus modelos de organización no son ni el del Ejército, ni el del Vaticano, ni el de la Corte Celestial.
La ciudadanía espera de los partidos no tanto de que ya sean buenos y aptos, sino la determinación de haber iniciado un creíble proceso de cambio para poder ser motores de cambio, tan fuertes que no necesiten ocultar desaciertos y debilidades, que no necesiten engañar.
Ser y cambio.
Permanencia en lo que son (no cambiar según el capricho de líderes o del oportunismo de los tiempos),
y, a la vez,
gran capacidad para variar y extenderse, para entender el nuevo mundo de la globalización e intentar que no se convierta la Globalización en el nuevo Amo.
¿Son los partidos hoy motores de cambio?
¿Representan los partidos políticos a los movimientos sociales?
¿Hay vida política fuera de los partidos?
¿Basta con cambiar de rueda al coche o hay que ir pensando, a la vez, en sustituir los coches?