Aplaudir siempre lo propio y criticar siempre lo ajeno: así se comportan los partidos políticos, incluidos los nuevos, sin atreverse a pensar lo que dicen.
Esta práctica no tiene nada de ecológica, es esencialmente tóxica, afecta a los presupuestos de la política y de la convivencia en común:
Divide: gente/casta, arriba/abajo, Estado/Sociedad
Polariza al electorado y, por lo tanto, cabrea, encabrona, indigna, enfada y…atemoriza.
Maniqueiza y dualiza, una parte piensa que estaría mejor en el mundo sin los otros, la expulsión de lo diferente.
¡Menudo panorama! La gente no somos, solo, buena o, solo, mala: somos… pluralidad de bien y de mal: somos… complejos: solo las respuestas complejas nos interpretan, y, por lo tanto, las respuestas duales de los políticos son simples, descarriadas, oportunistas, populistas, peligrosas: y un mal servicio para el país y para cada uno de nosotros.
La autocrítica es instrumento primordial de participación política efectiva, de ejercicio de soberanía (relativa, claro), pero los partidos han abdicado de ella, se han convertido en fin, y sus políticos, en profesionales de sus puestos de trabajo que hay que hacer durar.
La ausencia de autocrítica partidaria es el cáncer de la política institucional. Cualquier sesión parlamentaria lo evidencia: pandillas de criticastros que brillan por su falta de ecuanimidad, y se manifiestan como mentirosos, hasta el punto de que ellos mismos se acusan entre sí de serlo, pero nadie reconoce la mentira propia, ni la corrupción propia, ni la negligencia propia, ni la falta de oportunidad propia. Y, así, afianzan la desafección: pasan de servidores poderosos a amos con poder, y la gente pasa de resignada a desafecta. Y, por contraste, los vemos en la tele, en las ruedas de prensa, en Los Desayunos…solemnes, impolutos, irreprochables, y en las tertulias, arrogantes, patéticos, indeseables.
Falta de autocrítica, también, en la vida pública de los partidos y hasta en su vida interna. ¡!Eso de que la ropa sucia se lava en casa!! Qué lástima que el alma humana no sea como camisas diarias que se meten en lavadoras y salen blancas en programas de treinta minutos. Qué lástima que no hayan confesionarios especializados en los que el político se arrodilla un minuto, en la intimidad de iglesias en penumbra, culposo pero no responsable, y sale puro y blanco, dispuesto a volver a pecar ante el primer micrófono que le salga al paso, y así…hasta lo que haga falta.
Y yo me pregunto: ¿su falta de autocrítica es reflejo de la nuestra o la nuestra es reflejo de la suya? ¿la clase política es reflejo de la sociedad civil o es la sociedad civil reflejo de la clase política?
Porque nos parecemos tanto… es necesario cambiar-nos.
Cambiarnos como sujetos de poder, con la lucidez del conocer y del pensar, desde el ejercicio de la crítica y de la autocrítica, lejos de “la funesta manía de pensar”, que parece perseguirnos secularmente, como agudamente dice el filósofo surcoreano Byung-Chul Han: “los macrodatos hacen superfluo el pensamiento porque, si todo es numerable, todo es igual”.
Autocrítica es cuestionar lo que pensamos, lo que sentimos, lo que hace el exterior con nosotros, lo que hacemos, ¡o no hacemos!, nosotros con el exterior,
en lugar de encogernos de hombros ante todo aquello que criticamos, incluido, lo que estoy escribiendo en estas mismas páginas.