13 de junio, lunes por la mañana.
Cuando este blog se publique el viernes, Daniel estará aterrizando en el aeropuerto de Tullamarine, en Melbourne, de donde salió el 19 de mayo, después de tres años de suspensión viajera por la pandemia COVID.
Esta mañana coincidíamos, como otras mañanas, en el bar Xicotet, a espaldas de nuestra casa, en donde nos tomamos un café con leche y hablamos…
de lo que sale,
y en los inter espacios de lo que sale, está lo más importante de lo que nos decimos.
Le decía esta mañana lo fácil que era esta vivencia cotidiana en este mes de sus vacaciones, y lo difícil que será dentro de tres días;
él, ingenuamente me parece,
aprovechaba esta frase para decirme, y decirse a sí mismo, lo feliz que era al regresar a Melbourne donde ya le echaba de menos Pu Xue,
y en donde encontraría dispuesta su preciosa casa nueva en Fenton Street. Yo le asentía, a la vez con pena disimulada y con convicción explícita.
Nos gustaría que pensaran (Daniel y Gabi) que su suerte en la vida había sido buena, pues ellos no nos eligieron,
y aún nos gustaría más que pensaran y sintieran que los afortunados habíamos sido, sobre todo, nosotros
por haber convivido con ellos una gran parte de nuestra vida,
y por haber sido testigos de su espléndido crecimiento,
en donde el criterio para discernir acerca de “lo espléndido” es el bienestar relacional que siempre nos ha acompañado,
la ausencia de toda violencia,
la casa común,
y la libre comunicación en la casa común,
de modo que nunca hemos temido la realidad de estar siendo padres
y nunca hemos experimentado “sacrificio” por ello.
Daniel va y viene, como nosotros fuimos y venimos dos veces en los comienzos de su vida en Melbourne en 2008,
Ese ir y venir es la apariencia,
pues SOMOS una familia
y en ella
siempre somos y estamos
y, por ello, no necesitamos esperar ni que nos esperen.
Los hijos son como flechas lanzadas hacia el futuro, la diana de la vida: así los vemos.
Lo mejor que podemos hacer los padres es estorbar poco, lo menos posible;
no imaginar, ni construir, planes previos que deban atender, con lo que, de retruque, nunca nos hemos sentido defraudados.
Lo mejor que podemos hacer es convivir con ellos durante el periodo de educación de una manera determinada; a “esa manera determinada” es a lo que nosotros llamamos “educación”, de modo que bien podríamos decir que nunca hemos tenido que educarlos más allá de vivir con ellos,
aunque obviamente nos hemos influenciado.
Y lo seguimos haciendo.
Daniel se ha dado cuenta en este viaje que nos hemos hecho muy mayores. Gabi lo ha ido viendo poco a poco.
Los cuatro nos vamos dando cuenta de manera silenciosa y con serenidad que llegará un momento en que nos prolongaremos a través de la imagen de nuestra vida que ellos guardarán.
Ojalá sintáis que esta imagen os seguirá acompañando y cuidando.