Textos Casuales

Imágenes de paz y de guerra

Desde la terraza en donde disfrutaba del cortado matinal…,

entretenía mi mirada en una paloma común que, en el estrecho alféizar del edificio del Instituto Nacional de la Seguridad Social,

se desplazaba, como si nada, a una altura de no menos de veinte metros del suelo.

Y me preguntaba el porqué de su caminar sosegado,

achacable, seguramente, a su convencimiento de ausencia de riesgo,

seguridad esta, !!oh!!, que eliminaba el riesgo de caerse…

y, a partir de aquí, me lo aplicaba a mí 

y a la conducta humana,

pensando en lo mucho que tiene que ver con el accidente la propia inseguridad de si caeré o no,

pero…

nuestro cerebro inició su crecimiento y aprendimos a pensar,

y a distanciarnos más y más de la seguridad con la que se desplaza plácidamente la paloma por el delgadísimo alféizar de los edificios,

a la vez que, durante miles de años, buscamos y hemos encontrado alternativas imperfectas para no caernos de las alturas, dando lugar, hoy, a los numerosos y complejos ordenamientos sobre Seguridad en el Trabajo y a todo un Cuerpo de Inspectores del Estado que los hacen cumplir…

Poco después, pasaba cerca de mí un elegante 

perro,

que seguía a su dueña uncido por un cordel,

y me fijaba en su caminar…!!descalzo!!,

como si tal cosa,

no necesitaba nada que no llevara puesto

para caminar cómodamente,

y también me lo aplicaba a mí

como una entre las mil necesidades que 

hemos ido creando las personas,

que forman parte de lo que hemos denominado 

“superioridad” de los seres humanos sobre los

animales.

Quizá nos ha quedado la nostalgia de

nuestros antepasados milenarios,

y de ahí que nos guste tanto disfrutar de

caminar con los pies descalzos por la playa 

y acercamos a la orilla a donde llegan las

olas marinas…, 

O deambular durante el verano por las ciudades en chanclas, sintiendo la ilusión de que seguimos caminando con los pies desnudos por las vías supermodernas de nuestras ciudades, abrazando así dos épocas tan lejanas entre sí.

Mientras esas imágenes ocurrían, en la portada de El País de ese día,

desfallecida estaba una gran imagen con dos soldados ucranios desparramados en el suelo en posiciones cruelmente aleatorias,

que inmediatamente me recordó la portada del día anterior con dos soldados esta vez rusos,

igualmente muertos y aleatorios,

rodeados de cascotes,

en medio de una calle solitaria,

a la intemperie rigurosa,

en la Gran Soledad,

varada ya la misma sangre roja de cuatro 

corazones en los andenes de la certeza más

enigmática…

¡!Qué poco importa a La Pena que sean rusos

o ucranios!!,

y cuánto importa:

que se detuvo la edad para los cuatro alejados de cualquier posible marea,

que para siempre se congeló la primavera y los amaneceres,

que ya no regresarán a su ciudad ni victoriosos ni derrotados,

que, ¡!ay!! ya no podrán morir de manera propia, pues ya habían consumido la única oportunidad ofrecida, que, ¡!ay!! no era la suya.

Tanto herida definitiva por algo tan casual, tan débil, tan irrisorio como vivir en uno u otro territorio,

Tanta pérdida por el delirio de un solo hombre que se llama Vladimir:

por eso, seguramente,

sobre las páginas de El País sentí idéntica pena y sufrí idéntico dolor,

y hubiera querido cerrarles los ojos en un idéntico acto de amor.

Así vi a los cuatro,

hasta imaginar y sentir intensamente lo que sintieron ellos cuando se dieron cuenta que habían sido alcanzados, quizá por ellos mismos,

y es entonces cuando te entran ganas de llorar por una guerra que está ocurriendo y a la que tú te has hecho presente…

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.