Primera Etapa

Humildad epistemológica

Existe, desde luego, la libertad de conversación, pero su práctica se está haciendo imposible.

No ocurre lo mismo con la libertad de expresión, puesto que se trata de una libertad blindada en nuestra Constitución para “expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”.

La libertad de expresión es exigible; la libertad de conversación, no.

Para aclararnos, partiremos de la idea de que hablar y conversar no es lo mismo, no es lo mismo expresar lo que pienso que conversar sobre lo que pienso.

Conversar es un experimento

(un tesoro)

cuyos resultados nunca están garantizados,

es un riesgo para uno/s

y una probabilidad de acierto para todos

(por esto es un tesoro conversar).

No podemos saber si nuestro razonamiento se puede mantener de pie y ser socialmente útil si no lo expresamos y lo ofrecemos a la crítica de otros (humildad epistemológica).

La libertad de expresión es la base necesaria para poder expresar nuestro pensamiento, pero no es suficiente para conversar.

¿Por qué no es suficiente?

Porque conversar o dialogar requiere la predisposición,

y la actitud,

a ser cuestionados;

a ser,

después,

algo distintos.

En la conversación o diálogo se puede conocer el punto de partida (no siempre se expresa, se oculta frecuentemente), pero no el de llegada: si conocemos a priori el final, es que no sabemos nada de conversación, ni la deseamos. Somos del partido “las cosas son así”: víctimas del sueño dogmático,

base de fanáticos, sectarios y partidistas,

muy instalados en la idea de que hay una visión única y privilegiada de la realidad que coincide con la nuestra (erizos en la terminología de Isaiash Berlin).

Cuando en una sesión parlamentaria sabemos cuáles serán las conclusiones después de varias horas hablando, ejerciendo la libertad de expresión, sabemos que la participación de los congresistas no ha tenido nada

de diálogo o de conversación sobre algo,

ni de debate sobre algo,

y ha tenido todo de rifirrafe y de descalificación de lo que dicen

y de quienes lo dicen.

¿Cómo es posible que en sesiones parlamentarias de prórroga del estado de alarma casi toda la oposición tenga tantas certezas acerca de lo equivocadamente que está haciendo las cosas este Gobierno en asuntos del coronavirus donde las incertezas es lo corriente? (humildad epistemológica, de nuevo)

De tanto repetir el mismo espectáculo, la libertad de conversación se está perdiendo,

se están perdiendo las habilidades que la hacen posible,

y las actitudes éticas que la fundan (humildad ética).

Pero, ¿por qué sucede todo lo que decimos que sucede en la vida política?

Porque lo que está en retirada es lo público, el Estado, el interés general,

ese interés que no se identifica con el interés de ninguno de los partidos.

Los intereses privados se imponen sobre los intereses públicos (reaccionarismo),

y lo que se plantea en los parlamentos es una lucha entre los distintos partidos políticos y los intereses privados que representan,

y la lucha es por la descalificación, por la victoria individual, de manera que palabras y opiniones son la expresión de intereses particulares que cada grupo blinda frente a los otros grupos.

El diálogo así es imposible.

Estamos en el mundo de los argumentarios.

No necesitamos escuchar al otro para contestarle.

Hoy, la exposición de críticas razonables desde posiciones dialogantes y cooperativas son imposibles. La libertad de conversación sufre, se duele, se retrae hacia lo íntimo.

Las actitudes reaccionarias golpean la racionalidad; 

asustan a la verdad con mentiras, burlas, verborreas, insultos, rifirrafes de adolescentes airados y ofendidos;

incomprensibles caceroladas guiadas desde las redes, que tanto suenan a ataque de la democracia liberal.

En el fondo, caceroladas y aplausos responden a un mismo designio y a una misma inspiración muy alejada de los balcones. Siento pena por los balcones y ventanas, símbolos privilegiados de Lo Abierto.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.