El silencio no siempre es amable, pacífico, saludable, sino que, a veces, guarda un elemento oscuro, hostil, terrible, cargado de miedo…que lo hace dramático. Me estoy refiriendo al silencio de los partidos independentistas ante la detención de siete activistas cedeerres a los que la Guardia Civil encontró material adecuado para la fabricación de explosivos, silencio que han querido llenar por una avalancha de declaraciones proclamando el carácter siempre pacífico de cuantos defienden los planes independentistas.
Es el silencio del miedo:
miedo a desdecirse,
miedo a devaluarse frente al independentista competidor,
miedo ante la parte de ciudadanía radicalizada,
miedo a que la gente no esté a la altura en las próximas manifestaciones populares con ocasión de la cercana sentencia del Tribunal Supremo sobre el procés,
miedo ante sus propios cedeerres y sus eerretes:
miedo a ser llamados traidor, uno a uno: ERC y JxCat no pueden permitir que se dude de su pedigrí independentista, se marcan mutuamente, son rehenes de la CUP, aprobando como hicieron las resoluciones sobre la moción de censura contra la Guardia Civil y sobre la defensa de la desobediencia civil.
Ese miedo es la pérdida de la batalla independentista.
Ho tornarem a fer: qué mejor prueba, no han hecho la independencia.
Pero… la declaran desde las instituciones del estado: no es poco, es un gran obstáculo para ese largo proceso que llevará a la normalidad.
Destrozar es fácil y recomponer laborioso.
Habrá sobresaltos y pausas, descalabros y diálogos, avances y retrocesos, como corresponde a un problema grave polarizado en el que la conciliación parece una quimera, pues mientras una parte quiere romper el Estado, ese Estado responde a una Constitución que consagra la soberanía nacional y la unidad territorial.
Propio de la política es resolver problemas, también los polarizados.
Luego parece razonable que la estrategia correcta debería ser más política,
o regresar a la política,
pues, quizá, la exacerbación del nacionalismo catalán ocupó el hueco que había dejado vacilante y vacante la política del Estado español.
El regreso de la política democrática,
claro,
otra política menos liderada autoritariamente,
menos electoralista a corto plazo,
política para un espacio compartido, común, comunitario, donde las diferencias son posibles, donde la heterogeneidad cabe y puede emerger, porque existe la regla esencial de la igualdad de derechos.
Para que el discurso nacionalista no huya de la política, no debe abandonarla el Estado, que es quien debe defenderla siempre, y no desde posiciones nacionalistas, pues el Estado Nacional no puede comportarse como una parte.
Propio de la política es…resolver problemas, a partir del conocimiento de lo que pasa, de lo que “nos” pasa. Conocimiento humilde, quiero añadir, en donde no siempre ayudan quienes, de tanto que conocen lo que pasa, lo tienen meridianamente claro, que va muy unido a meridianamente “sentimentalizado”, donde cuenta más el simbolismo y el voluntarismo que la objetividad y la viabilidad:
solo perdiendo claridad se gana en lucidez compartida:
solo sin pretender monopolizar la objetividad se gana en objetividad.
“Omnia vincit Amor”, dice el verso 69 de la Égloga X de Virgilio. El poder de la política no llega a tanto. No todos los problemas los puede resolver la política, y menos al mismo tiempo, como bien lo demuestra la experiencia histórica. Los ciudadanos estamos acostumbrados a criticar la gestión pública cuando un problema se hace persistente, no mejora, quizá no empeora, pero permanece vivo con sus efectos nocivos. El problema catalán que ahora vivimos nos acompaña hace unos años, quizá desde aquel 27 de septiembre de 2012, día en el que el Parlamento catalán aprobó una resolución que defendía que “Cataluña debe iniciar una nueva etapa basada en el derecho a decidir”.
¿Puede la política resolverlo?
¿Estamos peor que el 1 de octubre de 2017?
¿Estamos mejor?
Sí me parece que estamos mejor, aunque la situación en Cataluña sea opresora e insufrible por mitades, pero podría ser más dolorosa y hasta trágica,
no empeorar ya es mejorar.
Podríamos sugerir que el problema de Cataluña está enquistado. Un quiste es un bulto que se puede tener durante tiempo y vivir con plena salud, siempre que esté controlado, vigilado, y cuidado para que no avance hacia la malignidad. La política de Pedro Sánchez ha sido moderadora frente a la que desarrolló antes el gobierno del Partido Popular y a cuanto dicen en la actualidad Partido Popular y Ciudadanos. Antes de votar el diez de noviembre deberíamos tener una opinión fundada sobre cómo plantean los partidos su política sobre el problema español acerca de Cataluña.