Textos Casuales

Hijos desafiadores

El mundo de los hijos no está en su mejor momento. Seguramente porque eso mismo le pasa al mundo de los padres y de los adultos en general. 

Quiero apuntar en esta colaboración algunas cosas acerca de los hijos que sufren trastornos comportamentales severos ya a muy temprana edad, que podríamos nombrar como “síndrome desafiante”.

Son niños, como lo fuimos nosotros, pero ya no son traviesos, 

son quijotescamente desafiadores: desafían a la mamá, los abuelos, al padre si lo tienen, al hermano o hermana si los tienen;

provocan a la pelea, retan a ver quién puede más: gozan de la equívoca experiencia de sentirse más poderosos que sus padres.

Estos niños se comportan así dentro de lo que seguimos llamando familia,

pero lo hacen también en el colegio,

desafían al profesor, alteran el orden de la clase hasta que saltan las protestas al exterior y llegan a los familiares de los niños que son llamados a dar explicaciones;

y así de difíciles se comportan también en las reuniones de fines de semana entre familias amigas en las que las mamás terminan suscitando la dificultad de convivir con el niño desafiador, negador, belicoso.

Estos niños buscan enojo y enemistad contrariando deseos y protestando acciones;

confrontan con la madre, no solo cuando le quita la razón, sino, también, cuando cambia y se la da para que deje de confrontar;

confrontan consigo mismos: el castillo que construyen y se cae empuja violentamente al niño contra quien tiene cerca imputándoles el derrumbe;

 y cuando no confrontan por algo, lo hacen con “noes” reiterativos por cualquier cosa baladí.

No necesitan causas porque a estos niños les sobra con sus motivos, entre otros vengarse de los muchos noes diarios que reciben desde lógicas que los niños no pueden entender;

optan en ocasiones por insultar, insultos a voz en grito, que, ante las amenazas, el niño modifica la intensidad tonal y lo repite a voz baja pero audible, como si de una letanía se tratara: “cerda”, “cerda”, “cerda”, “cerda”, “cerda”, “cerda”, “cerda”… 

El desconcierto de los familiares de convivencia es absoluto:

no entienden lo que está pasando,

no son capaces de establecer relaciones de causalidad con circunstancias conocidas,

dudan si llamar “rebelión” a esto que tanto se parece al comportamiento adulto cuando el adulto remata diciendo: “basta, quiero mandar todo y a todos a la mierda”;

no saben qué contestar a los maestros y directores de colegio que se quejan,

no saben qué decir en las reuniones de amigos-amigas de fin de semana,

no saben si deben ser psicólogos o psiquiatras quienes atiendan estas perturbaciones,

descreen que haya psicólogos y psiquiatras suficientes y competentes.

En la vida interior del hogar la perplejidad es aún mayor: 

no saben si abrazar o castigar,

si ser permisivos o ser punitivos,

si poner rostro de “mala madre” o de “buena madre”: es casi imposible escapar del comportamiento errático de quienes tienen la obligación de educar.

Tampoco la sociedad está centrada en el diagnóstico de estas  patologías mentales, pues hay muy poca sociología que muestre el marco circunstancial que ha resultado propicio para que surjan de manera intensa esta clase de perturbaciones.

Estamos en un incendio que crece y sigue en descontrol.

Sería provechoso que los adultos, padres y no padres, miráramos y viéramos lo que hacemos y lo que sucede,

sería provechoso preguntarnos cuántas veces decimos “no” a un niño en un solo día para “que no se tuerza el árbol y luego ya no se pueda enderezar”,

sería provechoso preguntarnos por cuántos años mantenemos noes que no consiguen resultado alguno y no por ello se nos ocurre cambiar de estrategia, en un alarde de ineficiencia,

sería provechoso preguntarnos cuántas veces cuestionamos comportamientos del niño porque no son correctos desde las reglas y sensaciones del adulto aunque estén cargados de lógica infantil,

cuántas veces les obligamos bajo la amenaza de que no tendrán algo que desean…, como si el castigo supiese educar.

Los clásicos griegos llamaban a este “ver”, “aprender”, “entender”, “preguntar”: theorizar, que, literalmente, es ver, contemplar, pararse ante las cosas, reparar en ellas, asistir a la fiesta de la verdad, del despertar y del aprender, del estar alerta, como la mejor protesta contra el hecho de que el espíritu del tiempo o el dios de la época se adentre en nuestras mentes y, en ellas, reine, sombríamente, demasiado tiempo, obligándonos a bajar los ojos y permanecer aletargados siguiendo la moda educativa al compás de ideologías económicas imperantes.

Deberíamos ser más conscientes todos los adultos de que los patrones de dominación se extienden hasta la propia psique de las personas (psicopolítica), hasta la vida en sus espacios más íntimos: amor, sexualidad, familia.

Deberíamos “saber” más sobre el dónde del amor,

sobre su lugar físico, mental, y espiritual

para poder amar con hondura, verdad, libertad, templanza;

y, quizá antes, deberíamos todos saber que el amor no es un deber sino un sentimiento y una actitud espontánea.

¡!Ay!!, Saber más de amor que de des-amor,

más de elección amorosa que de des-elección,

más de vinculaciones y compromisos amorosos que de “me marchos” a la primera.

En fin, quiero dejar constancia de que los niños que viven en estas páginas son inocentes, los responsables de lo que hacen somos todos los adultos, pues todos tenemos relación con ellos: familia, escuela-colegio-universidad, parroquias, casales falleros, campos de fútbol…la calle, simplemente, donde permanentemente nos cruzamos adultos y niños…

Entran a la existencia por el mundo de los mayores, de su cultura, de sus instituciones, de sus prácticas. Tienen derecho a esperar un mundo mejor del que encuentran frecuentemente.

 Y en particular: 

  • A un Estado que se replantee, de manera acordada,  la misión de los centros escolares y de las universidades más allá de ser una fábrica de profesionales (“el engorde del pollo”), y más acorde con la dignidad del profesor y la inteligencia del alumno: sigue pendiente.
  • A un Estado que facilite a los progenitores el ejercicio de sus deberes cuidadores que alienten en los hijos las ganas y el gusto por haber nacido, por amar y ser amados, por estar divertidos y alegres: esto avanza muy muy lento.
  • A un Estado que se preocupe…DE LO GENERAL, pues el sálvese la familia que pueda es…imposible: somos plurales e interdependemos: de esto no queremos ni enterarnos.

Y mientras…

deberemos seguir creyendo en la institución familiar, en su variedad de formas, pues es el último reducto frente a la intemperie y frente al desamparo.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.