Textos Casuales

Franz Xaver Kappus

Así se llamaba el joven poeta de “Cartas a un joven poeta”,

que no llegó a serlo,

pero que ha resultado de recuerdo imperecedero porque las conservó y las publicó al poco de morir quien las había escrito…

El joven Kappus, de 19 años (1883-1966), estaba sentado bajo unos castaños en el parque de la Academia Militar de Wiener-Neustadt leyendo un libro, tan absorto lo leía que ni reparó en el frú-frú de la sotana del capellán que se le acercaba, le coge el libro, mira la portada y exclama ¡Poesías de Rainer María Rilke!, ¿así que el alumno René ha llegado a ser poeta?

 Horacek, que así se llamaba el capellán, antes lo había sido en la Academia Militar de Sankt Pülten, a donde los padres de Rilke le habían llevado, con diez años, para estudiar, y donde permaneció hasta 1890 vistiendo el uniforme de cadete de la Escuela Militar, (salida ésta que me hace inexorablemente recordar a la mía de 1951, con 11 años, a mi Sankt Pülten que se llamaba Albarracín, y donde permanecí hasta junio de 1960, nueve años, los que van desde los once a los veinte, vestido, también, en mi caso, de uniforme clerical, tanto en las salidas colectivas a la calle como en la vida cotidiana del Seminario: siempre, menos para dormir). 

El Capellán le habló de René como

“muchacho silencioso,

serio,

muy dotado,

amigo de mantenerse apartado

y con paciencia para soportar el yugo del internado”,

consiguiendo, de refilón, un potente perfil de Rilke, tan breve como preciso y esclarecedor.

Kappus le escribió muy pronto la primera carta, pidiéndole que juzgara sus intentos poéticos, pues, pensaba, que si alguien podría comprenderlo, nadie mejor que el autor de Mir zur Feier ( “Para festejarme”),

de donde podemos deducir que era éste el libro que estaba leyendo y que Rilke había publicado en 1899.

El tiempo que Rilke tardó en contestarle le pareció a Kappus muy largo, pues la primera carta no llegó hasta febrero de 1903, aparece fechada en París, el 17 de febrero, con un “distinguido señor mío” propio de un primer encuentro.

Y, así, hasta diez cartas, todas ellas entre febrero de 1903 y noviembre de 1904 (cuando Rilke terminaba la tercera parte del Libro de Horas), más una última datada en 26 de diciembre de 1908.

Los años y los fracasos llevaron a Kappus por caminos muy distintos a los calurosamente recomendados por el poeta y lo alejaron de la búsqueda de la poesía. Pero el propio Kappus sí tenía un agudo sentido del valor de las cartas de las que él era el único poseedor:

eran únicas,

solo existían ésas,

y las tenía él…

de lo que concluye y se alegra de que las cartas ya estaban escritas, ya no podían no existir, ya estaban escritas para siempre.

 Y las hizo publicar en Berlín, en junio de 1929, plenamente consciente de lo que valdrán para quienes ahora se forman y “para los que mañana se formarán”, y quizá con la vanidad de pasar a la Historia por el simple hecho de haber rozado fugazmente a un genio.

Desde entonces, cualquier artista que esté empezando puede leer:

“No hay medida en el tiempo: no sirve un año, y diez años no son nada; ser artista quiere decir no calcular ni contar: madurar como el árbol, que no apremia a su savia, y se yergue confiado en las tormentas de primavera, sin miedo a que detrás pudiera no venir el verano. Pero viene solo para los pacientes, que están ahí como si tuvieran delante la eternidad, de tan despreocupadamente tranquilos y abiertos. Yo lo aprendo diariamente, lo aprendo bajo dolores a los que estoy agradecido: ¡la paciencia lo es todo!” (Carta de 23 de abril de 1903, escrita desde Viareggio).

No constituyen estas cartas un libro de teoría poética, ni de preceptiva literaria, pero sí contienen mucho del inmenso saber poético de Rilke. La reflexión, esa constante de Rilke sobre la poesía y sobre su poesía,

 no tiene un carácter sistemático ni tiene vocación de ser académicamente rigurosa.

 Tampoco se lo propuso. Su reflexión poética es fragmentaria, dispersa, vital, pero toda ella constituye un entrañable mensaje sobre la creación artística para todos aquellos que de uno u otro modo sienten la llamada de la poesía, del arte en general y…!!!de la vida misma!!!. 

Usa frecuentemente las cartas a conocidos y a amigos, pues su propia reflexión tenía mucho que ver con su necesidad de comunicar a sus interlocutores su quehacer poético, su relación con la poesía, su peripecia vital.

El poeta no impone, no manda, no dicta, no prohíbe, no castiga.

Canta.

Y cuando su canto nos estremece y nos conmueve, en ese estremecimiento, en esa conmoción ya sabemos algo, no de él, sino de nosotros mismos.

En ese momento, la comunión entre conciencia e inconsciente, entre profundidad y superficie, se han hecho expe-rien-cia.

 Ya no podremos renunciar al gozo “experimentado” ni encerrarlo en el baúl de las anécdotas.

 Se inician las preguntas, las búsquedas, las esperas desesperadas, la esperanza infrustrable y siempre frustrada.

El poeta, entonces, pienso que estaba ya en condiciones para escribir “Cartas a un joven poeta”.

Termina la introducción que escribe el propio Franz Xaver Kappus al presentar las cartas en Berlín en junio de 1929 de esta manera:  “Cuando un príncipe va a hablar, hay que hacer silencio”.

Rilke había fallecido el 29 de diciembre de 1926, fue enterrado el 2 de enero de 1927, y había nacido el 4 de diciembre de 1875, pero…sigue viviendo en su poesía. Recorrer las decenas de portadas de las distintas ediciones sólo en España es todo un placer y un gusto íntimo.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.