Textos Casuales

Felici faustoque MMXXII

Acabó enero y la cuesta de enero,

que llega precisamente después de las fiestas de Navidad y de Año Nuevo, escaparates ambas del consumismo implacable y violador,

como si entre las fiestas y la cuesta hubiera una relación de causalidad.

Fiestas las más tradicionales del año en buena parte del mundo, que utilizamos como el tiempo más propicio para expresar deseos mutuos, incluso entre simples conocidos que se cruzan en la calle porque coinciden a la hora de salir de casa para ir a trabajar, deseos de lo más variados, pero que vienen a sintetizarse en “felices fiestas y feliz Año Nuevo”, es decir, en el deseo de felicidad.

Ahora que ya están pasadas y nadie piensa en ellas, podemos sentarnos en un banco y reflexionar, tranquilamente, acerca de

eso

tan

  Importante

  que son los deseos,

con los que nacemos,

pues la capacidad de desear es innata,

la llevamos en alguna molécula microscópica del cerebro,

es la energía primordial,

el motor de la vida,

que nos sirve para bien y para mal,

para lo mejor y para lo peor,

porque los seres humanos,

solo los seres humanos,

somos naturaleza y cultura, y estas dos cosas no hacen recorridos simétricos en su ciclo biológico, y lo que es bueno para la naturaleza podría ser malo para nuestras costumbres.

Recordemos aquella frase de Oscar Wilde, que expresa las inesperadas consecuencias de que se cumplan nuestros deseos: “Cuando los dioses nos quieren castigar, escuchan nuestras plegarias”.

Pero negar,

o forzar,

o devaluar el deseo es…viejo engaño de ascetas. 

El deseo es vida y no lo podemos negar sin perder vitalidad. 

Qué presente deberíamos tener esto en la educación de la infancia, cuando la basamos en reprimir deseos a través de cientos de noes diarios y a costa de un despilfarro vital frecuentemente irrecuperable.

Nos acercamos sigilosamente al deseo:

con comprensión y elogio:

con las dos cosas, 

pues ambas me parecen sustanciales.

Existe un uso comprensivo de los deseos cuando los superamos, conscientemente

por un deseo mayor, o por deseos alternativos;

cuando desarrollamos la capacidad de tolerar la frustración y el desengaño, capacidades éstas que no nos evitan el dolor, pero nos sirven para comprender el deseo y sus posibilidades,

para comprendernos.

La comprensión del deseo es lo que lo aquieta de forma natural,

de forma libre,

no forzada.

La moderación espontánea y profunda del deseo, y de los temores, sitúan a nuestra mente en el territorio saludable del ahora, donde es posible propiciar pequeños y cotidianos deseos aquietados en lo hondo de la mente y del corazón. Se “propician”… si cultivamos la observación serena, interior y exterior, de la constante novedad del vivir.

Los deseos, como tales, viven a costa del futuro anticipado, y, cuando el futuro llega, la felicidad que prometen desaparece al instante o al poco, y reiniciamos otro deseo de más, y de más, y de más: nunca hay bastante; o del pasado presencializado, reconstruido y falseado por el deseo.

No ayuda a la comprensión del deseo la prevalencia de proyectar-nos en pasados que emergemos y nos retrotraen;

ni la prevalencia de proyectar-nos en futuros que angustian y nos esperan a piñón fijo.

En fin:

es necesario mejorar la consciencia de cuanto nos rodea, dejando atrás falsos yos convertidos en egos.

Esta es la importancia del “poder del ahora”: que ya estamos en el presente, en nuestra única propiedad, donde está lo que está, y no se apaga porque lo podemos alimentar y cultivar. La meditación es una vía magnífica de alimentación del presente;

la meditación es cuidado directo del cerebro

donde reside la gana y el deseo.

La meditación es el gimnasio del cerebro: como dice el psiquiatra estadounidense Daniel Z. Lieberman, en frase que me parece muy afortunada.

Millones de deseos de felicidad se cursaron en la entrada de este último nuevo año que, me temo, no se tradujeron en millones de imputs energéticos lanzados sobre el ahora, que se tradujeron en un alarde de deseos ineficaces.

Me gusta desear,

y desearnos cosas (con independencia de que se ejecuten o no, pues es más importante que te deseen algo que el algo que te desean: el simple deseo ya ejecuta una donación de vida);

incluso me complace el deseo de lo que ya tengo,

y, a la vez,

trato de evitar esa corriente subterránea de constante intranquilidad y desasosiego de carácter tan colectivo por todo lo que nos falta, y el desprecio muchas veces infundado de todo lo que ya tenemos.

Empezó 2022.

Todo comienzo de año, por muy alborozado que lo celebremos, no quita un ápice a la finitud de la vida, como de manera tan obvia dice el filósofo Joan-Carles Mèlich en su libro “Contra los absolutos”.

Pero todo inicio de año SÍ es portador de una constelación de instantes nuevos que reclaman nuestra atención en algún momento de cada día: no me importa decir que este de escribir es uno de ellos.

Por un fértil y propicio MMXXII

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.