Primera Etapa

Ética y política del cuidado

Todo lo de aquí nos necesita, nos concierne extrañamente, porque las cosas confían que podamos salvarlas, en nosotros que somos los que más desvanecemos.

Rilke, inicio de la Elegía IX, en traducción libre.

Las cosas de aquí, del mundo, nos necesitan, aunque seamos tan efímeros como ellas mismas: y es esto lo que da sentido a nuestra existencia.

En esta Elegía me inspiro para hacerme consideraciones acerca del “cuidado”:

del cuidado propio

y del cuidado de los otros.

El cuidado: como categoría moral y como categoría política.

Primordialmente, cuidar de los otros no es la respuesta a un imperativo de poder, sino a una íntima solicitud de cada persona cuando percibe que es interpelado por su alrededor:

es la respuesta a una elección:

es la respuesta a un deber personal que te permite sentirte dichoso por ello.

El origen de la elección es uno mismo, por eso es elección.

La ética del cuidado es también la moral del “descuido”, de lo que nos prohibimos, de lo que consideramos inadmisible y pese a ello lo hacemos o lo omitimos: puedo ser un canalla y descuidarme de los demás.

Descuidar es lo contrario a cuidar.

Todo descuido acerca de los otros es un acto deliberado de egoísmo y, por lo tanto, también es un acto de descuido de uno mismo. Pues el cuidado es una cuestión vital, de humanidad, de supervivencia individual y colectiva. Siempre ha sido una cuestión vital, aunque el tiempo y el espacio lo modalicen.

Hoy vivimos en sociedades rotas por la emigración-inmigración, por la decadencia de las familias, pérdidas de empleo o empleos superlativos o empleos precarios o empleos invisibles en las plataformas digitales y en los interiores domésticos, exclusión social, infancias desamparadas, creciente población vieja que no sabe dónde envejecer ni con quién envejecer, incertidumbres que se imponen a los destinos individuales, desigualdades galopantes, asimetrías en el reparto de oportunidades…

La fragilidad y debilidad de la sociedad solicita cuidado, disponibilidad, receptividad, atención: clama por una mirada hospitalaria y piadosa del mundo en donde tantas cosas hay que nos necesitan, aunque…!ay!, no sintamos su reclamo porque vivimos en la disipación, hiperactividad, descuido, ruido, en la avaricia consumista y acumulativa que nos distrae de interesarnos por otros viernes distintos de riquezas , famas y placeres materiales.

Somos seres con capacidad de producir cuidado y, a la vez, seres que lo necesitamos: es una cuestión universal, ontológica, de ser, somos así. Y, por lo tanto, desde el punto de vista moral, el descuido es, sí, una opción personal, pero es un fracaso humano.

Por ello, repugna hablar del cuidado como lo propio de una parte de la sociedad que compromete a unos y de lo que pueden desocuparse otros. La moral del cuidado no hace distinciones de género, se dirige por igual a todo ser humano, invita a todo ser humano, reclama a todos ponerlo en ejercicio con voluntad y valor.

Y no se agota por muy bien que funcionase la política, que es muy necesario que funcione muy bien.

Ni se agota porque en alguna medida el cuidado se profesionalice, que buena falta nos hace la profesionalización del cuidado en el quantum que puede serlo.

Si la política del cuidado sustituyera a la moral del cuidado, si el derecho sustituyera a la moral, y los comportamientos automatizados sustituyeran a los actos libres quizá habríamos alcanzado una sociedad perfecta, pero sería inhumana, compuesta por animales técnicos o tecnócratas (sustitución del animal político aristotélico). Si no avanzamos en el cuidado basado en la Moral social, me parece que va a ser muy poco significativo lo que podremos conseguir de la Política del cuidado.

“Todo lo que aquí hay nos necesita”. Aquí es la tierra, la vida terrenal, el espacio donde discurre esta fragilidad que es el ser humano.

Termino con otro texto de Rilke, esta vez de la primera elegía, muy concordante con el que ha abierto esta entrada:

Sí, al parecer las primaveras te necesitaban.

Algunas estrellas te exigían que las percibieras.

En el pasado se levantaba, acercándose, una ola.

O cuando pasabas tú junto a la ventana abierta

se entregaba un violín.

Me temo que cuantos vivimos en este tiempo estamos muy lejos de percibir que las primaveras nos necesitan para existir. Quizá sea ésta la medida de cuán lejos estamos de percibir intensamente la solidaridad (política) y la generosidad (moral) entre los seres humanos.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.