Textos Casuales

El milagro de la ficción

Soy poco lector de novelas, pero acabo de leer la recién publicada de Javier Marías, Tomás Nevinson, y recientísimamente he leído el canto XII de la Odisea en el que Circe aconseja a Ulises sobre su peligroso viaje a Ítaca, grandiosa e imperecedera obra ésta que con sus aires novelescos inaugura las ficciones realistas y fantásticas de la literatura.

Los sentimientos que nos causan la fortuna o el infortunio de las personas que nos circundan llegan hasta nosotros por intermedio de la imagen: no es la realidad, es su imagen la que nos aflige o exulta, que es causa y condición necesaria aunque no suficiente para que los sentimientos se disparen (sufrimos por algo que percibimos como deslealtad aunque no lo sea, y permanecemos impasibles ante objetos amenazadores para la supervivencia o el malestar, como el deterioro del planeta, o simplemente fumar…) 

Seguramente, el ingenio del primer novelista consistió en comprender que una supresión pura y simple de los objetos  podría significar una decisiva perfección en el relato, dado que la imagen es el único elemento esencial del objeto,

y sustituir lo inaprehensible de la vida por elementos equivalentes de partes inmateriales asimilables por el lector desde su propia experiencia y biografía, de manera que aparezcan como verdaderos los comportamientos, sentimientos, audacias y miedos de los seres de ficción, pues ya han pasado a ser nuestros y viven y evolucionan mientras vamos pasando las páginas de la novela.

La persuasión que consigue el novelista desencadena en nuestro interior todas las dichas y desventuras posibles, de esas que tardaríamos años en conocer algunas, y las más intensas seguramente se nos escaparían, porque la lentitud con la que se producen nos impide percibirlas.

La combinación armónica de:  espacio (dónde), tiempo (cuándo), y nivel de realidad, produce la coherencia interna de la novela, que define su poder de persuasión.

Cada novela alcanza su verdad, su autenticidad, su sinceridad, que no derivarán de su parecido con el mundo real en el que nos encontramos los lectores, sino del propio ser de la narración hecha de palabras y de organización de las palabras en el espacio, en el tiempo y en el nivel de realidad.

Si la combinación es adecuada a la historia que el novelista quiere contar, los lectores seguramente se olvidarán de la novela en sí (su artesanía),   y percibirán que se trata de la vida misma que se manifiesta a través de unos personajes, de unos hechos, de unas peripecias:

de esta manera mágica la vida leída se convierte en realidad encarnada,

la ficción ha conseguido el milagro de vivir por cuenta propia.

Y en el camino habremos disfrutado del color, de la belleza, del dramatismo, de la sutileza, del hechizo que engancha al lector cuando la novela es buena.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.