Textos Casuales

El Ésera

El Ésera es un río que da nombre a un valle del Pirineo aragonés en el que históricamente surgieron aldeas y luego se apueblaron las gentes que lo iban habitando.

Pueblos que siguen siendo pequeños (Salvo Benasque), con pocos habitantes censados, muchos más si se contabilizan los que son residentes por días en distintos momentos del año y que tienen casas rehabilitadas, esas que se hacen acompañar de los resistentes geranios. Nunca geranios, piedras y alturas congeniaron tan bien como aquí.

Pueblos antiguos y escasos, pues el Ésera es un río bravío y breve:

bravo de nacimiento, pues alumbra en el macizo de la Maladeta a 2.500 metros;

y breve, porque muere en el Cinca, a pocos kilómetros del lugar donde nació,

es decir, muere en la infancia y, por lo tanto, el Ésera no se distrae en las fantasías de la metáfora ni en lisonjas literarias, se limita a lo suyo, fluir y sonar, pero ¡oh! sin saber que lo hace.

Uno de esos pueblos pequeños es Cerler, encantado por el sueño de los siglos mucho antes de ser la moderna estación de esquí;

Anciles, una delicia de pueblo, diminuta localidad medieval cercana a Benasque, su municipio, unidos por una senda de alfombra vegetal de verdes y de arbolados que la guían, origen de gran variedad de rutas, que incluye la que lleva a Cerler;

también El Run, primer pueblo que sigue al Congosto de Ventamillo, pueblo minúsculo, con una Iglesia románica para tres y, además,

una Ermita bellísima,

la Ermita de Nuestra Señora de Gracia,

a un kilómetro del pueblo,

a la que se llega por una senda empinada con árboles, de espesura fresca y blanda, que lleva hasta ella…

Allí está desde… 1104,

sola, rodeada de bosque, al lado de una fuente,

ajena a invasiones y guerras,

recogida,

llena de una belleza capaz de resistir y de permanecer,

que sigue invitando a la plegaria, a la celebración, a la paz duradera a todo el que se acerca. El sentir que la sientes te abre el camino del pensarla y del pensamiento.

El Run tiene la grandeza adicional de que para llegar hay que atravesar esa maravilla natural que es el Congosto de Ventamillo, aunque algunas personas tengan que pagar una cuota de “angustia” de tanto estrechamiento, y hasta en ocasiones, cuando vas en coche y te cruzas con otro, no te atreves a asegurar si podrás pasar y continuar camino.

El Ésera es el río que pasa por Benasque y, poco después, a tres kilómetros, por una urbanización que se llama Linsoles, en donde pasé vacaciones familiares de verano por dos veces. Todos los anocheceres, o ya muy anochecido, tuve la idea de acercarme frecuentemente unos minutos al lado del río,

en busca de “su ruido” en el fondo del valle,

pues me parecía que, de esa manera, me acercaba a todo lo que ofrece interés en la tierra,

y sentía que, parado, era una manera de recorrer el planeta y encontrar la novedad y la emoción que puede producir el viaje.

Todavía El Ésera, como otros ríos de montaña, tienen esa magia que te piden quedarte parado en su orilla, hasta que la vista se habituaba a verlo en la tarde anochecida, y podías verlo en sí,

en el ser del río,

en el alma y el cuerpo del río,

descubriéndolo, lentamente, algo de lo que pasa en él, en el fluir anónimo de sus aguas:

cada noche se parecía a un momento de amor a la naturaleza y a los seres todos que la pueblan,

y contribuía a hacer de las vacaciones laborales unas vacaciones disfrutadas bajo la concordia de dulces y útiles sonidos que invitaban a retroceder y tomar aliento.

Estos recuerdos que anoto traen causa en aquellas sensaciones, pues me parece que las sensaciones engendran los recuerdos, y los recuerdos no sé en cuanta medida nos hacen ser lo que somos.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.