El encierrovirus de la infancia
Cuánto tiempo hace que no vemos a niños por la calle, y qué desangeladas quedan sin ellos. Afortunadamente, va a ser posible aliviar el encierro de los niños desde este lunes próximo, 27 de abril.
Decir que los adultos están confinados en sus domicilios resulta entendible para cualquier adulto; decir lo mismo de los niños, no hay niño que lo entienda;
confinamiento es palabra para adultos;
los niños identifican el comportamiento de no salir a la calle como un castigo, parecido a cuando se les obliga a estar sentado en la silla del recibidor durante treinta minutos.
Los niños no pueden expresar o razonar lo que todavía no pueden entender. El origen latino-griego de “infancia” es
“in-fans”, que no habla; en cambio, los niños ríen, y se expresan, desde que nacen, se expresan para sobrevivir y para vivir. La manera que tiene la infancia de expresarse, de llamar la atención, de reclamar lo necesario es corporalizando, y, en ocasiones, con trastornos en su salud.
¿Cómo metaboliza un niño no pisar la calle, no salir al recreo y compartirlo con amiguitos y amiguitas, no jugar a correr, no jugar al futbol, o jugar a solas con una pelota en un patio de recreo? ¿Cómo se acuesta un niño por la noche sin haberse cansado físicamente? ¿Cómo traducir el mundo exterior en setenta metros cuadrados, casi todos ellos cargados de objetos que se pueden romper?
Los padres lo tienen muy difícil; pueden afrontar el problema desde la imposición, lo que agrava el encierro, y no es fácilmente mantenible durante mucho tiempo;
o lo pueden afrontar desde la negociación. Pero negociar que es relativamente fácil en un niño de seis meses que llora dándole de mamar, cogiéndolo en brazos, o cambiando los pañales, a los cuatro años, a los seis, a los ocho es mucho más difícil, porque lo que los padres pueden ofrecer es limitado, porque ellos mismos, los padres, son un recurso pobre en estas circunstancias tan calamitosas.
El coronavirus no pone enfermos a los niños, pero los encierra: el virus de la infancia en esta pandemia ha sido el encierro. Un encierro “adultocéntrico”, más que paidocéntrico.
No todos los encierros habrán sido iguales, por supuesto.
Algunos se habrán vivido como una oportunidad para estrechar lazos familiares y como un regalo para convivencias prolongadas de todos los miembros de la familia;
otros, habrán funcionado como una trampa que multiplica la vulnerabilidad de los niños, sin la opción de la calle que juega un papel de nivelador social;
habrá habido encierros que han sido un festín monográfico para aprender el placer y la pasión por la lectura, que muchos de estos niños, ya mayores, recordarán como la gran oportunidad que tuvieron para ligarse a la lectura de libros y, a su través, a una felicidad que ya les acompañará siempre;
y en otros, lo que habrá prevalecido es el calvario de las tareas del telecolegio, que profesores y padres se empeñaron en “cumplir el temario”, pero sin ninguna de las ventajas de la enseñanza presencial, con niños agobiados por no cumplir lo que se espera de ellos, o con niños convertidos ya en pasotas quizá para no sentirse frustrados, con todo lo que habrá supuesto de envenenamiento de la atmósfera familiar y del sufrimiento añadido para hijos y para padres.
Quizá hemos olvidado los adultos que la única asignatura en la que había que trabajar a distancia era la “asignatura de estar bien”, muy alejados de los comentarios morfo-sintácticos o de las ecuaciones matemáticas.
En este escenario de severa dificultad para las familias con hijos, quiero acordarme de aquellos niños y niñas afectados en su salud emocional y, por lo tanto, con vulnerabilidad doble, también “encerrados en sus casas”, con una dificultad añadida para entender y sobreponerse a la alteración de la vida cotidiana. ¿Cómo lo habrán vivido ellos y sus padres?
¿Cómo habrán vivido los niños que han llegado a saber que no volverían a ver a alguno de sus abuelos?
La sombra de los ciudadanos en los balcones,
a las ocho de la tarde,
aplaudiendo a los sanitarios y a cuantos trabajan en los hospitales…
es alargada y…
ha dejado en penumbra a tantos esforzados en esta lucha colectiva contra el coronavirus. Entre ellos a profesores y maestros. Y a padres y madres abrumados tantas veces por no saber qué hacer.
¡!Tan inmensamente diminuto (la Covid-19) y tan inmensamente incierto y destructor!!