Eso es lo que deduzco de la cultura en la que nos movemos: si dudas es que no existes, no eres tenido en cuenta porque no te mueves, estás parado, indeciso.
No te pagan para dudar: la duda no vende, tiene poca actualidad.
Y poca venta en el mercado, quizá porque la percibimos como cobardía.
(Dice Elvira Lindo en la página de opinión de El País del pasado domingo: “Da miedo ser bueno” ¡!!!!.)
La sociedad nos prefiere in-di-vi-dua-les,
permanentemente afirmativos,
emprendedores, arriesgados y seguros a la vez,
incluso a posteriori, de manera que tampoco se lleva reconocer la equivocación, es decir, seguimos siendo afirmativos en el error y muy tolerantes con el ridículo que conlleva:
¿Alguien recuerda un solo caso de algún parlamentario “dudando” después de haber escuchado la réplica de un congresista de la oposición?
Quiero destacar el valor de la duda y la valentía de dudar.
Porque la valentía de dudar se confunde con la valentía de hacernos preguntas,
solo hay duda después de una pregunta, como el trueno que siempre va precedido del rayo: ¡es que la naturaleza de la duda se parece a la naturaleza del rayo!
Pues bien, he querido recoger un breve repertorio de dudas muy frecuentes en la vida cotidiana de nosotros con nosotros mismos,
que nos interpelan,
que son como chispazos que nos hacen despertar del sueño dogmático de nuestras sobrevaloraciones y narcisismos:
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Los que no hacen las cosas como yo las hago…tal vez no sean unos incompetentes.
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Los que no defienden mis ideas…tal vez no sean unos fanáticos.
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Los que tienen más éxitos que yo …tal vez se los hayan currado y merecido.
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Los que me elogian…tal vez me adulen.
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Los que me llevan la contraria…tal vez sea la ocasión para que vea las cosas desde otro vértice.
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Los que me caen mal…tal vez sean unas excelentes personas.
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Los que razonan de manera distinta a como yo lo hago…tal vez no sean unos superficiales.
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Los que no caminan por la misma dirección…tal vez busquen lo mismo por caminos alternativos.
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Los que no me escuchan…tal vez lo hacen porque no se sienten escuchados.
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Los que no saben recibir, tal vez sea porque yo no sé dar.
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Los que son más jóvenes que yo…tal vez sean más experimentados en aquello de lo que estamos hablando.
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Quienes me atacan…quizá no lo hacen en base a mis defectos sino en base a mis virtudes.
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Los que desconfían de mi…quizá tienen alertas bastantes para saber que no resulto confiable.
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Quienes disimulan para no decirme la verdad…quizá sea una cortesía porque no me sienten preparado para escucharla: seguramente están en lo cierto, y es una prueba de atención y de amor.
La saludable precaución de dudar de vez en cuando es la vía más solvente para mantener una buena relación de vecindad con la verdad,
para ser más eficientes epistemológicamente hablando,
más eficientes en términos de relaciones sociales, desde las más puramente mercantiles hasta las más estrictamente amorosas. (Ay, cuánto dolor y despropósitos evitaríamos si fuéramos capaces de dudar en el trance amoroso).
La duda es muy cauta con los asentimientos de entrada, con las ocurrencias concluyentes, con las certezas brillantes que nos confirman y nos confortan, incluso tiene que ver con aquellas ideas o comportamientos que nos escandalizan.
Y esto vale lo mismo en el orden de los afectos y de los sentimientos: ¿Habéis pensado cómo cambiaría el mundo si en vez de la afirmación en el odio al diferente dudáramos, al menos sobre el respeto y la consideración que merece?
Dudar…para pensar de verdad,
Para pensar contra el tópico,
Para pensar en contra de lo que piensa la mayoría. Las mayorías ganan votando en política, pero han sido siempre las minorías las que han hecho avanzar la ciencia, la filosofía y el arte en general.
Dudar está en la base de una ciudadanía activa, informada y consciente: es la mejor defensa contra las mayorías equivocadas.