27 de octubre, viernes
La salida a la calle.-
Cada mañana salgo a la calle,
eso quiere decir, también, que cada mañana me voy de casa.
No porque la calle sea el espacio de la luz, de lo abierto, de lo visible (pues de todo eso también hay mucho en casa), sino, simplemente…,
porque me gusta comprar el periódico (una de las cosas que tanto identifican a los viejos de hoy),
saludar al kioskero,
encontrarme con el búlgaro sentado en su banqueta, siempre elegante, siempre en la misma esquina,
me gusta cumplir deberes que solo se pueden cumplir en la calle.
Salgo diariamente a la calle porque me gusta tropezar de manera directa con la luz del sol,
alzar la vista hacia la palmera de la calle de Julio Antonio que trepa hacia el cielo agarrándose a los edificios,
o pasar por debajo del Gran Árbol que echa raíces desde arriba hacia la tierra, por cuya umbría paso a diario para llegar a la Plaza de España
Salgo a la calle:
porque es la ruta común de las personas donde compartes holas y hasta luegos haciéndola más comunitaria.…
Si Emil Cioran leyera esto que escribo, quizá se le pondrían los pelos de puntos recordando sus salidas de la Rue de l’Odéon en París, pues escribió el 4 de junio de 1958:
“Tras una noche en vela he salido a la calle. Todos los transeúntes parecían autómatas, ninguno tenía la pinta de estar vivo, todos parecían movidos por un resorte secreto; movimientos geométricos, nada espontáneos, sonrisas mecánicas, gesticulaciones de fantasmas…; todo estaba anquilosado…”
28 de octubre, sábado
Louise Glück.-
Esta poeta, escritora y profesora norteamericana, falleció el pasado trece de octubre, y había vivido desde el 22 de abril de 1943.
Tituló uno de sus poemas “El asistente melancólico”, que incluyó en un poemario publicado como “Faithful and virtuous night”, en 2014, traducido como “Noche fiel y virtuosa”, en 2021.
Traigo en su recuerdo esta parte del diálogo entre el asistente y la asistida:
“Su vida es envidiable, dijo;
¿en qué debo pensar cuando llore?
Y le hablé del vacío de mis días,
y del tiempo, que empezaba a agotarse,
y de la insignificancia de mis logros,
y mientras le hablaba tuve la extraña sensación
de volver una vez más a sentir algo
por otro ser humano…”
Vacío…, muerte…, insignificancia de lo que hacemos…,
pero, ¡!menos mal!!, recuperada, otra vez, por la extraña sensación de sentir algo por otro ser humano (“eso” que se pierde tan fácilmente en las violencias bélicas y en las indiferencias de la vida cotidiana).
29 de octubre, domingo
Filosofía y Vejez.-
El sofista Calicles espetaba a Sócrates con estas palabras: Ciertamente, Sócrates, la filosofía tiene su encanto si se la toma moderadamente en la juventud; pero, si se insiste en ella más de lo conveniente, es la perdición de los hombres. Por bien dotada que esté una persona, si sigue filosofando después de la juventud, necesariamente se hace inexperta en todo lo que es preciso que conozca el que tiene el propósito de ser un hombre esclarecido y bien considerado (Gorgias, página 349 del tomo I en la edición de Gredos).
Cien años después, Epicuro comienza su Epístola a Meneceo de esta manera:
Que nadie, mientras sea joven, se muestre remiso en filosofar, ni, al llegar a viejo, de filosofar se canse. Porque para alcanzar la salud del alma nunca se es demasiado viejo ni demasiado joven.
Vivimos otros tiempos, parece claro;
tiempos de pensamiento enclenque y flácido (“pensamiento débil” me aparece ya una calificación obsoleta).
¿Avanzar?
No siempre, no en todo.
A veces, como en esta ocasión, lo más saludable es retroceder: las cosas más grandiosas fueron ya dichas en griego.
Cuanto más inútil nos aparezca la filosofía tanto más necesaria será (recordando, de nuevo, a Nuccio Ordine).
30 de octubre, lunes
La experiencia no es lo que nos sucede, es lo que hacemos con lo que nos sucede.
La simple antigüedad en la vida no hace a nadie experimentado.