10 de mayo,
viernes
Los árboles.-
La naturaleza nos ofrece de manera permanente cosas maravillosas que nos pasan desapercibidas, como ver el crecimiento de un árbol, que nadie ve por otra parte, aunque sea tan real;
más que crecer parece que se elevan, mostrando que lo alto se yergue sobre lo que tiene debajo;
son capaces de compatibilizar la oscuridad de la tierra con la claridad de la luz;
muestran humildes su grandeza que alzan contra la ley de la gravedad;
disfrutan de vida autónoma sin necesidad de moverse de su sitio,
y atemorizan cuando se sacuden en la tormenta.
Así viven millones de árboles en nuestro planeta, de las más variadas especies,
que envejecen lentamente (como nosotros) y con pulcritud (mucho mejor que nosotros),
y ahora están asustados, y se apresuran a reaccionar ante los rigores de las temperaturas extremas que llegan impulsadas por un cambio climático que está desestabilizando los centenarios hábitos de los árboles. Así le ha ocurrido estos días al Secuoya que tenemos a doscientos metros de casa, casi esquina de la Plaza de España. Los trabajadores municipales de Parques y Jardines le han practicado una cirugía profunda, podando todas sus ramas, que han llenado varias veces el camión que retiraba los despojos. La imagen que ha quedado es insólita, nunca vista en los más de cincuenta años que lo veo a diario, pero quiero estar convencido que se recuperará, que ganará esplendor, y podrá seguir resistiendo los embates de los mares de calor y de los humos que soporta.
Rilke se fijó mucho en los árboles, los admiró y los cantó. Dice el primer verso del primer soneto de “Sonetos a Orfeo”:
“!Ahí se elevó un árbol. Oh pura trascendencia!”
Seguramente, habla de “transcender” porque los árboles se elevan por el poder de una semilla que es algo más allá de las posibilidades de todas las artes que ha inventado el ser humano, aunque la semilla, en sí misma considerada, sea de lo más inmanente.
Pero lo que más me llega, lo más significativo según me parece, es la exclamación de sorpresa y de complacencia. Así está en el original:
Da stieg ein Baum. O reine Übersteigung!
Ya antes, mucho antes, Yavé Dios hizo brotar toda clase de árboles hermosos a la vista y con frutos sabrosos al paladar”, como nos relata el Génesis.
12 de mayo,
sábado
Festival de Eurovisión.-
Pienso en las guerras: en las actuales, y en las de siempre. Siempre cargadas de fracaso y de catástrofe.
Para todos, aunque la historia diga que unos son los que vencen y otros son los vencidos.
Me imagino disparando a alguien que veo desde el fusil o desde el tanque, ¿me pondría poner contento, acaso?;
me imagino bombardeando un edificio donde hay personas, animales y cosas, ¿sería capaz de alegrarme si lo hiciese?;
me imagino lanzando un misil contra un hospital donde alguien sospecha que hay enemigos, ¿me haría feliz ese espanto?;
me imagino cómo le explota a un niño una bomba que acaba de desenterrar cuando trataba de entretenerse, ¿cómo me quedaría si lo estuviese viendo?
No sigo…
No hay nada peor para la propia vida y para la salud mental de quienes mueren y de quienes no, de quienes son bombardeados y de quienes bombardean, para la población militar y para la población civil, para quienes están “perdiendo” la guerra y para quienes la están “ganando”, para torturados y para torturadores, para niños y para mayores.
La guerra siempre es una enfermedad colectiva y una desgracia universal: lo podemos experimentar ahora mismo,
aunque no lo parezca esta noche en la que escribo. En la ciudad de Malmö se está celebrando el Festival de Eurovisión, en plena guerra de Rusia con Ucrania desde hace más de dos años, y en plena guerra entre Israel y Palestina desde hace más de siete meses. Pero allí, en el Malmö Arena, veinticinco grupos musicales representando a otros tantos países (entre ellos Israel y Ucrania) proclamaban que el amor es lo importante, en una cascada de canciones irrelevantes.