Dietario Desde Mi Jardin

Dietario desde mi jardín - Jacarandá

3 de febrero, viernes

Hace frío.-

Todo queda afectado por el frío cuando el frío del invierno llega: la humanidad, y el planeta en la parte hemisferial que le corresponde.

Entretengo algunas pausas mentales de estos días invernales imaginando con deleite lo bien que se lo está pasando la tierra con el frío, incluido aquí, a orillas del Mediterráneo, con temperaturas próximas a cero en las madrugadas, y que me hacen desear aquel “invierno del cincuenta y seis cuando estuvo nevando durante varios días y Valencia parecía una ciudad nórdica”, tal como recuerda Rafael Chirbes en su librito “Aquel año que nevó en Valencia”.

La tierra se complace con este frío que pone humo en la respiración:

a su manera, claro,

su manera es hacerlo de manera recogida, callada, dejándose hacer;

dejando que el intenso frío higienice de impurezas los bancales;

dejando que el frío detenga los primeros calores que se le escapan a la primavera y que, frecuentemente, engañan a los frutales que se adelantan a florecer inducidos por tibiezas inoportunas;

disuadiendo a tantos animales, grandes y pequeños, para que se contengan un poco más y no gasten energía que no van a poder reponer todavía…

Pasaba hace unos días camino de Mora de Rubielos por los llanos  campos de Barracas, incipientes del verdear de los cereales, que tienen que nacer en el duro invierno de los mil metros, pero que el paso de tantos eneros y febreros les ha facilitado aprender a resistir la nieve, y a seguir su crecimiento cuando el sol ordena a las cosechas que crezcan y maduren a través de la caligrafía de  los primeros calores de la primavera que llegan para quedarse…

¡Oh, almendros inmóviles, al raso de los cielos estrellados!,

aguantad un poco más en la quietud,

necesitamos que vuestra floración no nos falle, que suceda cada año.

4 de febrero, sábado

Vulnerables.-

“Vulnerables”: de nuevo una palabra que circula a gran velocidad entre personas que se mueven en medios de comunicación y entre la clase política, pese a que su significado latino (vulnus) resulta tan vidrioso como “una herida”.

Está de moda porque quienes la usan piensan que da prestigio y porque la mayoría no se para a pensar por qué sucede, lo que hace que la usemos de manera inconsciente.

Me inquieta esta moda,

me inquieta lo que dice,

me inquieta lo que oculta.

El poder de las palabras es…como un Cristo del Gran Poder: Todopoderosas.

Sospecho que “vulnerables” es la moderna forma de llamar amablemente a los pobres, analfabetos, discapacitados, marginados, discriminados, bien sean niños o, incluso, mujeres, de manera que quede oculto el nombre concreto de la causa de la herida o del daño, y ocultos también quienes reparten certificados de vulnerabilidad capaces de eludir certeros diagnósticos y remedios adecuados para hacerles frente.

Pero si se ha puesto de moda hablar de “vulnerables” podría parecernos lógico que también lo fuera hablar de los “invulnerables”, es decir, de aquellos que no tienen posibilidad de que la “herida”, el daño, el infortunio, la calamidad…les alcance,

pero no,

me da la impresión que son los que gustan de llamar “vulnerables” a la mayor parte de la sociedad, más que para protegerlos, para protegerse de ellos.

5 de febrero, domingo

Amaneceres.-

Veo cada día amanecer,

aunque no vea la salida, tan cercana, del sol radiante sobre el mar.

Cada amanecer pone fin a la noche, cosa que nos podría llenar de asombro, si pensamos que nuestros alumbrados urbanos no son capaces de acabar con la oscuridad aunque sobrepasen en tanto a las hogueras, velas y antorchas de nuestros antepasados.

Pero El sol, sí puede.

Su luz acaba con la noche, aunque su incandescencia no sea capaz de acabar con el frío. Una sola bombilla, el sol, acaba con la oscuridad y desciende por igual a hospitales todos y a todos los palacios: eso es el amanecer, la llegada de la luz que barniza las paredes con el color que cada pared tiene, y hace posible que volvamos a sentir el latido de las personas y de las cosas.

Pero lo majestuoso de “la aparición” de cada día es que lo hace poco a poco,

en una continuidad imperceptible,

como un regalo que llega sin carroza y sin Rey Mago que la conduzca.

No surge, llega.

No avisa, llega sin ruido.

No falla, se repite milenio tras milenio.

Cada amanecer es un regalo del sol,

del “señor hermano Sol” que habita en el Canto de las Criaturas;

que entra por la Puerta de la Malvarrosa, y, minutos antes, había llegado a Ibiza, y más allá por Siracusa, y por el Partenón, y Santa Sofía iluminando sus maravillosos ocres que el sol convierte en áureos…

… y sale por el lago de la Albufera, que, tras la luz de cada día, nos inicia, lentamente, en la oscuridad para que le sigamos perdiendo el miedo,

y nos alienta a reemprender

“la aventura que linda con las noches”,

 como expresa Borges en uno de los poemas de “El elogio de la sombra”.

Contemplo el amanecer de hoy y me lleva a pensar en todas las casas en las que viví: en todas, y durante todos los días, la luz, después de cada tiniebla, se deslizaba con mansedumbre por las habitaciones y por los muebles de las casas que habité, y, todavía hoy, me regalan la certeza de haber vivido.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.