12 de enero, enero
The River Café.-
En una caja guardo tarjetas de varios países del mundo, que señalan lugares de agrado en los que estuve,
que miro de vez en cuando,
que siempre pienso en deshacerme de ellas…
y siempre termino prorrogándoles su presencia para no perder el poder de evocación que atesoran.
Una de ellas es la tarjeta del
River Café
1 water Street, Brooklyn, N.Y. 11201.
Casi lo primero que vimos fue La Estatua de La Libertad, que nos apareció de súbito en el momento de salir del larguísimo Holland Túnnel que separa el Estado de New Jersey donde aterrizamos y el Estado de Nueva York, en el que íbamos a pasar quince días, visión ésta que nos emocionó en sí misma y como símbolo del mundo libre, aunque, por sus pies, la Estatua haya visto pasar tantos barcos cargados de personas con muy poca libertad.
Llegamos por la tarde y quisimos que la primera visita fuera contemplar el atardecer desde el lujoso restaurante River Café, cuyas luces nos llegaría a través de los rascacielos de Manhattan.
Llegamos cayendo ya la tarde,
cuando el sol iba a cruzar la imaginaria línea del horizonte, y nos llegaba la luz poniente entre la geometría de la punta de Manhattan, que exhibía una ciudad absolutamente vertical, en pie, todo lo contrario a los pueblos de la Mancha, tan apoyados y recostados en la tierra. Estábamos viendo una ciudad clavada como un puñado de alfileres en una almohadilla, en la que, ¡!ay!, ya no estaban las Torres Gemelas que quisimos imaginar (nuestro viaje fue en el 2007).
No cenamos en el lujoso restaurante, estuvimos largo rato en la terraza saboreando un helado y disfrutando de la fantástica ubicación de una franja de tierra rocosa entre dos ríos caudalosos, y al lado…el océano: eso era Manhattan, ese emblemático trozo de Nueva York que tantas veces habíamos visto en las películas.
Cuanto más mirábamos y más llegaba la noche, más se hacía de día en los rascacielos. Y nos pareció que aquella vista desde el River Café nos la llevaríamos en forma de inolvidable.
Allí mismo recordamos a Federico García Lorca, a José Hierro, a Pedro Salinas…que a buen seguro contemplaron un paisaje parecido al que teníamos delante.
También pensé que esa tierra era USA, un lugar del mundo donde todavía el gas, la silla eléctrica y la inyección letal se usan como fórmulas civilizadas y piadosas de acabar con delincuentes.
13 de enero, sábado
Poemas en el supermercado.-
Uno quisiera que la poesía formase parte de la vida diaria, algo con lo que te encuentras, como sucede con las cosas que te ofrecen en la caja de un supermercado cuando ya has comprado todo lo que necesitas.
La echo mucho de menos, pues si no la encuentro en la calle, en las conversaciones, en los comportamientos, en las actitudes, en los periódicos… me falta, por mucha que pueda tener en casa cuando diariamente me asomo al día que amanece….
No está a la vista la poesía, porque en el supermercado aprovechan hasta el instante de marcharte para venderte una última cosa, y la poesía nunca responde a esta lógica que nos aplasta, nos agobia y nos insensibiliza.
14 de enero, domingo
Hayedos.-
Las hayas son árboles frondosos y bellos; relucen en las copas y proporcionan sombra a sus pies. A su lado hay frescor, vida en sus alrededores, descanso en su suelo, sendas que seducen. El bosque es un espacio de protección.
Pero…
las hayas son, también, árboles con mucha madera.
Esta madera se mide en metro cúbicos.
Los metros cúbicos valen dinero.
Con ese dinero el maderero, el intermediario, el financiero se enriquecen, aunque se empobrezcan en porvenir.
Mientras existan las dos miradas no estaremos a salvo:
el bosque podrá ser considerado un despilfarro y la tala de árboles una tentación irresistible.