30 de diciembre, viernes
Un puesto de verduras.-
Suelo hacer la compra de verduras en el mismo puesto del Mercado Central,
donde hay una señora con rasgos nada modernos, que me recuerda mucho a las mujeres de la generación de mis padres,
delgada, esbelta,
de rostro tranquilo y espabilado,
discreta y concreta,
eficaz, pero nada acelerada.
Atendía mi compra:
cuatro cabezas de ajo,
cinco pimientos italianos,
uno rojo,
300 de ferraura,
200 de bobi,
un manojo de espárragos,
un calabacín mediano,
un puerro, arreglado y partido,
una ramita de apio,
cuatro tomates de pera,
unas zanahorias,
y no sé si alguna cosa más…
Nunca hemos intercambiado palabra alguna ajena a la transacción comercial, pero sabemos que nos caemos bien.
La señora se despide diciéndome: ” “siga así”, elogiando mis maneras en el comprar.
Me marcho contento, pensando, no sé con cuánta ingenuidad, lo fácil que resulta gustar de alguien y gustar a alguien, todo lo contrario de lo que pensaba, por ejemplo, Rafael Chirbes quien escribía: “Cada vez tengo menos posibilidades de gustar a nadie” ( Diarios 3 y 4, pág. 28,): tenía 56 años cuando escribe esto.
Esto que dice me parece una mala vejez prematura. En cambio, mantener la capacidad de seducir y de ser seducido me parece una recompensa fortuita a determinadas maneras de vivir.
31 de diciembre, sábado
La física social está estructurada en buena medida en vetos, inflexibilidades, bloqueos, culpabilizaciones, mucho más que en puntos de apoyo, colaboraciones, corresponsabilidades, interdependencias.
Esta idea es la que más tengo en cuenta en este cambio de año.
Tengo claro que muchas cosas que me parecen deseables, y necesarias, no las podemos alcanzar las personas individualmente consideradas, pero sí hay muchas cosas que nos podemos plantear como:
Interpretar bien el mundo
(una excelente manera de cambiarlo),
prestando más atención a lo que sucede en las capas profundas de la sociedad, y mirando más allá de lo que tenemos delante de los ojos.
Lo que está lejos y lo que está oculto debe ganar peso frente a lo que es inmediato y a lo que es inmediatamente visible.
Quizás este deseo forme parte principal de hacer bien lo que nos toca, sin que necesitemos el premio de conocer en qué medida estamos formando parte de la cadena de solución, cosa ésta a la que le doy poca importancia, pues los verdaderos progresos (a veces se “progresa” “regresando”) se dan imperceptiblemente, a medida que se mejora la atención y el contraste con otros, y se resiste a la prueba de las vicisitudes de la existencia.
1 de enero, domingo
Deseamos “felicidad” en todos los cambios de año.
Lo hacemos todos.
Nadie se cree que tenga algo que ver con el resultado, pero lo hacemos, a costa de engordar la nostalgia de lo que nunca ha sido.
Qué distinto me parece desear vivir el tiempo que cada uno tiene, con sus venturas y desventuras, y reconocer en este mix la grandeza de esta vida terrena y finita, más la posibilidad de orientar nuestra vida en la dirección de lo que nos parece bueno, individualmente bueno, socialmente bueno. Y disfrutar de todos los cambios interesantes y gratos que se producen sin darnos cuenta,
sin nuestra intervención,
que son muchos.
No dando por sentado que el año que empieza va a ser mejor que el que acaba de terminar, aunque nos pida el cuerpo que lo pensemos como si se tratase de un optimismo escrito en los genes. Saber esto… ya me parece empezar bien 2023…
2 de enero, lunes
Con ocasión de que un amigo pasaba con su familia los días de Navidad en una casa rural de la España vaciada, he sabido:
- Que existe el valle del Río Razón, con un Afluente que se llama Razoncillo, descubrimiento este que me ha llenado de un buen puñado de sensaciones diversas.
- Que muy cerca de este valle está la localidad de Royo, provincia de Soria, con una calle de nombre difícilmente mejorable: “Calle detrás de la Iglesia”, pues detrás de la iglesia está esta calle, nombre que en algún momento expresó el sentir de sus lugareños para que su Ayuntamiento acordase nombrarla así, y que seguramente lo sigue expresando.
- Que a corta distancia se encuentra la Zona de El Chorrón, precioso manantial de agua que mana del río Razón y que “salta” para llegar a una piscina natural de aguas cristalinas.
Sí, es verdad que estuve en las cataratas de Iguazú. Ahora, muchísimos años después, estoy llegando, sin moverme, a este “salto” de agua del Río Razón.
Sus lugareños lo han tenido que ir abandonando (¡qué lástima!);
quienes viven en las ciudades lo empiezan a colonizar para festivos y vacaciones de verano.
Ojalá el resultado sea fecundo para la naturaleza y para la cultura,
para que cultura y naturaleza se fertilicen mutuamente,
y aparezcan, con la ayuda del tiempo, las combinaciones que procedan.