3 de mayo,
viernes
Pena, penita, pena.-
Me pregunto si el logro de la felicidad se ha cifrado en acabar con las penas, o, más bien, en el esfuerzo de lograr lo valioso, de manera que el acierto en el vivir lo exprese mucho mejor el sentido que alcanzas que la penas que experimentas.
Resulta vital, pues, conocer, y valorar, qué es lo que realmente merece la pena en términos de esfuerzo, sacrificio, sufrimiento, limitaciones, posibilidades que se pierden,
desde la conciencia de que la pena siempre acompaña, incluidas las inesperadas penas de la vida, y que, por lo tanto, debería ser fácil aceptarla en las diversas variedades y cantidades en que se presenta.…
¡Ay, Pena, Penita, Pena!
Estamos pretendiendo los humanos expulsarte de nuestras vidas,
no porque seas superflua (la ausencia de penas nos deshumanizaría),
sino porque ya no encontramos “Algos” que la merezcan:
hemos posteriorizado el vínculo con las personas en términos de amistad, amor, solidaridad, cuidado,
hemos despriorizado la comprensión del mundo en el que vivimos y la búsqueda de lo que es más importante, cosas ambas que precisan del aprendizaje permanente,
hemos estigmatizado “el malestar”, hasta el punto de que ya están siendo imprescindibles “los médicos de los malestares”.
Hemos perdido, en fin, el sentido de la vida,
vamos olvidando de manera creciente que la vida es precaria y contingente,
y, a la vez, dejamos de interesarnos por las formas de vida que nos hacen mejores y más sabios.
Todo eso nos ha arrastrado a concentrarnos en la aspiración y en el esfuerzo de erradicar penas y malestares porque ya no nos paramos para escuchar lo que nos quieren decir, ni encontramos nada que merezca soportarlas.
No aceptamos, por ejemplo, la necesaria compañía de una persona porque no somos capaces de tolerar “la pena” que nos produce las incomodidades de una “persona de compañía” en nuestra casa, de manera que quienes necesitan cuidados ponen las cosas muy difíciles a quienes cuidan de ellas, lo que explica, al menos en parte, la cantidad de personas mayores y muy mayores que prefieren vivir solas, y hasta morir solas.
No aceptamos, otro ejemplo, las imperfecciones de nuestra pareja porque eran “esas perfecciones ahora desvaídas” de las que nos habíamos enamorado, con la falsa sensación de haber visto mucho a la persona amada cuando lo probable es no haberla visto bastante.
Hemos dejado de experimentar que la vida es maravillosa “a pesar de todo”,
y,
ante “la falta de maravilla”,
las penas se nos han hecho intragables.
¿Somos conscientes de que no existiría vida humana maravillosa si no existiesen la pena y el pesar?
Así sucedía en los albores de la Humanidad, según narran las primeras páginas del Génesis. Adán y Eva estaban muy inquietos con aquella vida de plenitud que les había regalado Yavé, su Dios, hasta preferir arriesgarla para encontrar una vida maravillosa, aunque incluyese el pesar y la pena.
Y así empezó nuestra historia, en la que aprender de nuestras vulnerabilidades y errores se hace necesario para ser mejores como individuos y como especie.
4 de mayo,
sábado
Un cuadro y un poema.-
Ojalá que no existiese el Guernica que pintó Pablo Picasso en medio de la guerra civil española para expresar su horror y, por lo tanto, que nadie hubiera podido deleitarse con esa belleza, porque en ningún momento se me ocurre pensar que la grandeza del cuadro bien mereció el drama y la tragedia de la guerra.
De manera similar aplaudo que se elimine el Premio Nacional de Tauromaquia, y que nunca hubiera existido la Fiesta de los Toros, y, por lo tanto, Lorca nunca hubiese escrito el exaltado poema “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”.
Ni el cuadro ni el poema merecen las penas que las hicieron posibles. Mucho mejor que la guerra nunca hubiera existido y Picasso nunca hubiera tenido la oportunidad de imaginar el cuadro que pintó, y mucho mejor que vayan cayendo de manera inexorable las fiestas taurinas, aunque sus poetas se vayan quedando en paro.