Trivializar la política es quitarle importancia, o no dársela.
Pues bien, en eso estamos.
Las campañas electorales en España son cimas de ese proceso de trivialización. Esta de ahora un poco más, por la desesperación de las dos derechas más una (Vox).
Devaluar la política es quitarle importancia al ciudadano, restarlo como protagonista en ese espacio, el político, que, por definición, es el de todos, el común, donde esos “todos” deben ser los protagonistas.
Los partidos compiten por el voto de los ciudadanos como si de una puja se tratara. Todos quieren ganar, lo quieren tanto que todos terminan proclamando que ganan, ganen o pierdan en la noche electoral. Macabro juego este en el que quienes luchan para ganar no tienen conciencia de sus límites, ni resignación por no ser seres todopoderosos, ni aceptan perder: bendito juego del ajedrez que puede terminar en tablas, y en el que quien pierde busca en sí mismo la causa de su derrota.
En política se pone de manifiesto de manera sonora que no es el afán de servicio a la comunidad el motor de los políticos, sino las pasiones humanas más negativas al servicio de uno mismo, o del partido, o de su clan, o de su tribu. Trivialización y tribalización marchan unidas.
Así, mientras los problemas se nos amontonan y siguen pendientes, los partidos se dedican a constituirse ellos mismos en problema, y lo hacen con desparpajo y fanfarronería, de lo que es ejemplar este niñato del Partido Popular.
Abdican los partidos de vencer por méritos propios y se entregan a la derrota de los competidores. Prefieren gastar el tiempo en destruir al enemigo que ocupar los catorce días de la campaña en reflexionar y proponer sobre lo común
Eso es trivializar la política: tratar como problema lo que no lo es, y abdicar de tratar los problemas que sí que son. Trivializar y banalizar. “Banalizar” en el sentido arendtiano del término: sin conciencia del mal que hacen,
sin percibir que descerebralizan la política,
¡o percibiéndolo!
Si, además, el debate público sobre lo que no es el problema lo convierten en un espacio para la mentira, para el todo vale, para la manipulación, el insulto, descalificación… el disparate se consuma.
¡!Cómo pretenden respeto si entre ellos mismos no se respetan, y, por lo tanto, renuncian a la respetabilidad!!
Las campañas electorales suponen un maltrato a los ciudadanos, al propio concepto de ciudadanía. Los candidatos mitineros quieren tener razón sin razonar,
quieren adhesiones dirigiendo emociones,
quieren los votos de los ciudadanos obstaculizando que estos lleguen a tener su propio criterio,
quieren que voten desde el miedo a,
y se atreven a calificar de “votos inútiles” (¡!??) a quienes no les votan.
Se dirigen al ciudadano-masa y, antes, lo masifican, se cargan el principio vertebrador de la democracia “una persona, un voto, una opinión, un criterio”.
Pero bueno, no estamos en este Blog para arreglar el mundo sino para reflexionar sobre la “res pública” desde una mirada filosófica,
y tratar de comprender lo que pasa más allá de lo que dicen que pasa.
Una mirada filosófica que necesariamente tiene que ser crítica con ese espacio de relación entre ciudadanos- verdad- política, que mejore nuestra capacidad de alumbrar verdades disidentes frente a las verdades dominantes de quienes intentan fabricar un régimen oficial de verdad.
No queremos arreglar el mundo, sino arreglarnos a nosotros mismos prestando crítica atención a lo que pensamos, sentimos y hacemos,
a cómo nos relacionamos en nuestros ámbitos de convivencia,
a cómo construimos nuestra libertad ejerciendo el derecho a votar, lejos y alejados de la política espectáculo, porque no queremos vender la moto a nadie ni que nos la vendan. Y…aunque nos la vendan…!no la vamos a comprar!
La esencia de una democracia somos los propios electores, y nos convertimos en el principal problema de esa democracia cuando los electores nos conformamos con cualquier cosa que nos gritan (y antes nos conformamos con que nos griten y dirijan con arengas nuestras emociones), cuando no entendemos lo que vamos a votar y nos resignamos a votar cualquier cosa o a no votar, cuando cambiamos de opinión como si fuésemos veletas, cuando nos fiamos de promesas ilusorias y de voluntarismos edulcorados.
Pues no: porque amamos la libertad amamos la responsabilidad. Aspiramos a destrivializar la política.