Se dice que no debemos olvidar el pasado para no repetirlo, y debe ser cierto. También se corre el riesgo de vivir atrapados en el pasado, vivir sin un futuro, que por definición debería traernos nuevas posibilidades, reeditando el pasado en el presente. La nefasta gestión de la memoria histórica de este país hace que no haya futuro posible para nadie. Sí, la gente vive, lleva su vida pero a cada instante la filiaciones de rojos y azules, sus fobias, las atrocidades del pasado, los reproches, impiden cualquier acuerdo para construir un futuro juntos o separados.
La desprogramación política es una consecuencia lógica. Huir de discusiones sin pretensión de verdad ni de igualdad, y que no conducen a nada útil es normal. Aquí las facciones, como en todas las ocasiones, utilizan sus dispositivos para convencer de la verdad dogmática de su parte y la inferioridad, defecto o incluso monstruosidad de la partidarios de la otra trinchera. Los medios de comunicación hacen su trabajo, y se producen mayorías que nunca serán suficiente para imponer lo que sólo se puede consensuar.
El sano debate de las ideas, el conflicto político y su resolución debe ser productivo para la sociedad; culminar en un consenso que busca en el futuro nuevas formas de existir con los otros. Nunca aniquilar, dominar o aislar a quien piensa diferente. La actitud democrática, curiosamente, implica una condición de verdad en dos sentidos. El primero sería verdad como la autenticidad en la manera que se va a debatir, es decir; verdadera voluntad de encontrar soluciones de futuro. El segundo sentido, la verdad como actitud de la compresión de las cosas, esto es; la revisión constante de nuestro propio discurso, estar abierto a nuestro propio error, contrastar constantemente lo que pensamos, vaya ser que el otro tenga algo de razón. Así es más fácil llegar a acuerdos; queriendo poder no tener razón.
Mucho más y antes que anda, la igualdad es un presupuesto que siempre se olvida, normalmente a propósito. Independientemente de los ya bien desacreditados test de coeficiente de inteligencia, en la esfera política, debemos suponer que todos los participantes son igualmente inteligente respecto a sus deseos, aspiraciones, y a lo que considera prioritario en su vida. Aquí es fácil caer en el error de pensar que el rival dialéctico es un necio, un zafio, un malvado, un loco… ¿Cómo verse impelido a alcanzar un acuerdo con alguien que no es plenamente racional? De ahí que, la descalificación del otro como interlocutor es la antesala al desacuerdo estéril, al obstruccionismo, a la parálisis, a la guerra, al exterminio…
Lo que resulta fascinante y aleccionador del sistema educativo sueco es que cada estudiante es presupuesto un igual, debe marcar sus metas, expresar sus discrepancias… el conflicto es natural y cada parte tiene la opción de participar con sus verdades en un diálogo racional para alcanzar acuerdos de futuro. En este caso, se trata de que cada estudiante construya su futuro como miembro activo y responsable de su sociedad. La individualización del aprendizaje sueco va más allá de marcar metas académicas; incluye el bienestar social y aspiraciones existenciales de las personas. Quizás sobre esto basen su sistema democrático, y no sólo el respeto a la ley, el derecho a votar…
La escuela aquí, tampoco ayuda mucho. La tentación es hacer un lugar de mera instrucción de contenidos. Si somos un poco modernos hablaremos de aprendizajes de competencias, incluso los más innovadores incluyen métodos de enseñanzas inclusivos como el aprendizaje basado en proyectos. El conflicto está servido. “No politicemos la escuela” se dice, cuando lo importante es PISA y lo que realmente se pretende es no hacer política en el sentido sueco.
Ninguna reforma educativa puede funcionar porque se ve la escuela como otra batalla más entre rojos y azules; se trata a los estudiantes y familias como soldados atrapados en trincheras de las que quisieran salir. Se activan los odios por la religión como asignatura, educación para la ciudadanía, la libertad ficticia de los padres para poder elegir, la enseñanza del inglés o de las lenguas vernáculas… Todo es válido para crear disputas sinsentido en los que traer los odios del pasado al presente, preservar posiciones ventajosas, bloquear las proyecciones de un posible futuro, si no mejor si diferente, fuera de las trincheras.
La larva del pasado constantemente está devorando el corazón de la política, el debate de las ideas para construir un porvenir ha desaparecido hace tiempo, quizás nunca lo hubo, solo que el armazón formal y las estridencias mediáticas persisten, escaleras que no llevan a ninguna parte cimentadas desde la escuela.
Esto es claramente un 3 a 0 para Suecia.