La base de los partidos políticos no puede ser la mentira. La falta de ser, de veracidad y de coherencia en el discurso partidario arruina su credibilidad.
Imprescindible plantearse, pues,
qué es ser de izquierdas ahora, su credibilidad,
aceptando que,
todavía para este comienzo del siglo XXI,
el eje izquierda/derecha conserva inteligibilidad y significado.
Parto de la hipótesis que somos muy cautivos del pasado, y queremos resolver problemas de hoy con palabras, con actitudes, con simbologías de ayer,
y que esta cautividad está presente en los partidos socialistas.
Cubre una cierta pereza a quienes han crecido y vivido en una sociedad burguesa y de libre mercado, que propicia que no quieran esforzarse, ni individual ni colectivamente, en averiguar qué es eso de ser socialista y de hacer política socialista, hoy, en este siglo XXI económicamente globalizado (no han hecho todavía un diagnóstico serio de lo que significa la globalización y sus consecuencias humanas y en las relaciones sociales).
Aquí y en Europa los partidos socialistas
(social demócratas)
han primado políticas conservadoras poco distinguibles de las que implementan las derechas,
y han surgido nuevos partidos socialistas
(con ideologías radicales)
que quieren sustituir el statu quo existente, de ahí que se llamen anti sistema.
A unos y a otros se les puede decir que la autocomplacencia, el autoengaño, la pereza, la fijación de la mirada en los adversarios, la falta de mirada crítica sobre uno mismo (narcisismo metódico) y de transparencia hacia el exterior (ensimismamiento), las inercias del pasado (rutinas)…son los principales enemigos de la izquierda.
Los principales enemigos están dentro, con una gran ignorancia de qué alternativa defender y de cómo hacerlo: y es esta la imagen que dan, de desconcierto, de carecer de alternativa creíble a lo que hay, de falta de reflexión, de afrontar la realidad sin mirada renovada, y, por ello, de incomunicación con la sociedad, o de comunicación retórica y vieja, que hace pensar en la pérdida de la capacidad transformadora y emancipadora de los partidos de izquierda, con consecuencias de desafectación ciudadana.
Cada vez se hace más ancho y extenso el espacio para trabajar por un “mundo mejor”, que quiere decir por un mundo con más de algunas cosas y con menos de otras,
de acuerdo con criterios de libertad- justicia- igualdad,
teniendo en cuenta que las circunstancias que más obstaculizan estos valores son la pobreza y la exclusión, la ignorancia y la desigualdad de oportunidades.
Estas metas comprometen objetivos temáticos precisos, públicos, claros, creíbles y bien comunicados en materias vitales para la vida cotidiana de los ciudadanos, que deberían ser la materia prima de los programas electorales.
Por lo tanto…, la izquierda no puede seguir siendo conservadora. Ante una realidad de pobreza, de miseria, de desigualdades extremas de nivel de vida…la izquierda no puede ser conservadora de lo que hay, pues lo que hay se ha comportado como una cadena de causas que “han encadenado” a mucha gente a la miseria, a la ignorancia, al estancamiento generacional (se la juega la izquierda en sus credenciales y en su crédito).
Pero también se la juega en su metodología de cómo trabajar la política,
en las actitudes,
en la ejemplaridad de la práctica política,
en la credibilidad de sus programas,
en su siempre atenta defensa y mejora de la democracia muy amenazada hoy,
en la acertada comprensión de los escenarios en los que la acción política se desarrolla,
en la capacidad de generar ilusión sin promesas ilusas de lo que no es posible alcanzar,
en la convicción y verificación pausada pero persistente de que es posible hacer frente y en cierto grado controlar la derechización y economización global dirigida por los discursos y mantras neoliberales.
La base de los partidos socialdemócratas no puede ser la mentira y el autoengaño, sino un pacto de confiabilidad (para que haya confianza se debe percibir la confiabilidad), de decir la verdad, aunque esta sea pesimista: basta ya de optimismos infundados e irreales (populismos).
Pesimistas irónicos, pero veraces.
Me parece que no hay mayorías que avalen en las urnas programas utópicos, que ya saben que las utopías no son de este mundo, aunque resultan imprescindibles como guías del camino.