Fulgurante expresión, tan lacónica como precisa, permanentemente disparada a la inteligencia y a la emoción de quien la lee. La máxima viene de lejos, quizá del algún Padre de la Iglesia. Yo traduciré así su significado: la corrupción de lo mejor (la política), o de los mejores (los políticos), es lo peor que nos puede pasar como sociedad políticamente organizada.
Y…nos pasa.
Claro que llamar hoy a los políticos “los mejores” resulta al menos chocante, pues son los que nunca llegan a aprobar en las sucesivas encuestas de evaluación.
Lo cierto es que hay “demasiados” políticos imputados y procesados por delitos de prevaricación, fraude, cohecho, blanqueo, tráfico de influencias, malversación de caudales públicos, pertenencia a organización criminal, etcétera. Y que siempre nos enteramos de ellos tarde, cuando son cazados, nunca por propia confesión, sino que, muy al contrario, tratan de ra-cio-na-li-zar las ganancias corruptas.
Cualquiera de esos delitos es una traición al pacto de confianza entre representantes y representados, entre partidos políticos y electores, corrupción que daña la confiabilidad de la propia política y la de los propios políticos y daña, ¡ay!, al propio bolsillo del contribuyente, que es quien siempre la paga.
La corrupción …desejemplariza… desafecta…, invita a pensar, de paso, que el Estado es el problema, que debe reducirse su campo de acción, y que ese espacio deba ser ocupado por el poder privado y la tiranía de las grandes corporaciones. ¡!Doble negocio para los corruptos!!
Crisis de legitimidad democrática: no me extraña.
No me extraña que, aprovechando este estado de cosas, surjan voces emergentes ultras, nada extrañas en la historia, con promesas demagógicas de salvación frente a este desorden incrustado y enquistado en las propias instituciones. Ni tampoco me extraña ver a personas votando en los que predomina el voto de castigo, de la venganza, del rencor, de la rabia, del desánimo.
Esta crisis de legitimidad está tambaleando a los partidos tradicionales y está posibilitando la búsqueda incierta de nuevas formas y fórmulas de representación, en España y en otros países, partidos emergidos al amparo de un vendaval de indignación social, como respuesta sentida de algo que no puede ser como lo de antes. La última manifestación es la huelga feminista del 8 de marzo, y quizá, también, las de los pensionistas.
Es verdad que la corrupción ha existido siempre, pero también siempre han existido los incorruptibles;
es vital seguir denunciando la corrupción, las grandes (que hacen otros) y las pequeñas (que quizá hacemos nosotros): todas pertenecen a la misma naturaleza.
Es necesario promover y fortalecer la atención de cada vez más gente en una sociedad pensante y pensada, dando valor a los testimonios múltiples, anónimos, desjerarquizados.
¿Cómo cerrar la brecha entre sociedad y política mediando la corrupción? Solo hay una manera: acabando con ella, acabando con la corrupción ins-ti-tu-cio-na-li-za-da y, en su caso, castigándola adecuadamente, siempre.
¿Cómo se hace eso? Sabiéndolo hacer y queriéndolo hacer.
¿Y cómo, y cómo, y cómo?
Aprendiéndolo y haciéndolo. Desde la humildad y el deleite del aprender que nos prevenga de la arrogancia del saber.