“Ciudadanos” no es un término nuevo, lo recoge la propia Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, y “ciudadanos” eran una minoría de las personas que vivían en la polis como detentadores de los derechos propios de la ciudad…
Pero sí es nuevo el término para designar la plenitud de los derechos cívicos de los que son titulares todos los nacionales de un determinado Estado frente al término secular de “súbditos”, como personas sujetas o sometidas a la fuerza del Estado.
Y me parece un desiderátum que no tardemos mucho en alcanzar una ciudadanía europea, y algo, al menos, de esta idea me gustaría ver documentado en los distintos programas que van a concurrir en las próximas elecciones al Parlamento Europeo del 26 de mayo, en los que se recojan medidas concretas que visibilizarían ya que nos estamos acercando a esa ciudadanía común.
Y, también, sueño con una ciudadanía global, o ciudadanos del mundo, ésta es la idea originaria de la Organización de Naciones Unidas que, por poca cosa que aun sea, es una institución que no nos conviene nada que desapareciera, sino muy al contrario, que fuera capaz de crear condiciones de vida similares para todos los habitantes del planeta tierra.
(No podemos olvidar la brecha ya muy perceptible entre La Política –Estados nacionales-, y la economía –espacios transnacionales- con las intensas consecuencias humanas ya muy perceptibles también.)
Ser ciudadanos implica serlo con otros.
(Nadie sería ciudadano en una isla desierta).
Ser ciudadanos implica un espacio común porque lo hemos pactado así: a ese espacio lo llamaron “polis”, política, la arena donde se dirimen los egoísmos de las personas y se elaboran las políticas públicas.
Ser ciudadanos implica juntos y racionalmente enfrentados,
pues toda Constitución es un pacto social de convivencia interesada y de cesión de autonomía a un Poder común superior.
En una democracia todos somos políticos.
La política es lo más parecido a la paz.
(Es lo que comienza cuando cesa la guerra).
Por eso en ninguna elección se vota paz o guerra.
Curiosamente para las próximas elecciones generales del 28-A algún partido proclama que elegiremos entre concordia constitucional o ir a la jungla, tenebrosa e ignorante disyuntiva, pues la jungla es lo que todos los que participan en elecciones al amparo de una constitución democrática han descartado como opción.
Pacto social, democracia, poder y lucha por el poder, igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y, por lo tanto, obediencia de todos a la ley.
Plenitud de derechos individuales y plenitud de deberes individuales: la dinámica entre derechos ciudadanos y deberes ciudadanos debe ser paralela. No lo ha sido. No lo está siendo. Es una revolución pendiente: la de los deberes propios de todo ciudadano.
La ciudadanía democrática nos hace iguales mientras tenemos derecho a ser desiguales en raza, sexo, capacidades, inteligencia, cultura, salud, creencias religiosas.
La ciudadanía democrática busca lo común, lo igual entre los humanos, incluido el universal derecho de todos a lo diferente. Las diferencias son hechos, mientras que la igualdad es algo a conseguir, una conquista a llevar a cabo entre todos. Se progresa mucho más igualando derechos que creando diferencias, por ejemplo educación de igual calidad para todos, sanidad de igual calidad para todos, igualdad de oportunidades para todos, calefacción en invierno para todos.
Nos sometemos libremente al poder político porque el poder que elegimos garantiza el de cada uno.
Queremos obedecer libremente la Ley y las leyes porque es un presupuesto de nuestra libertad y en reciprocidad de disfrutar de todas las ventajas que concede el derecho positivo.
En una democracia nadie tiene el monopolio del amor a la patria, del compromiso con la Constitución, del sentido común.
La democracia no es un paraíso, lo vemos claro a diario. Es imperfecta frente a “la perfección” de las dictaduras. Por eso el “yo no me meto en política” no ayuda a mejorarla sino a deteriorarla, además de tratarse de una contradicción, pues es imposible eludir la política, no hacerla es ya hacer una: todos somos políticos.
El ciudadano como sujeto de la libertad política es también el responsable de su ejercicio. Cuando quienes hemos elegido en unas elecciones no ejercen bien el mandato político debemos preguntarnos nosotros, los electores, si no nos hemos engañado en el ejercicio de nuestra función ciudadana y si debemos rectificar en unas siguientes elecciones. Y hablar con otros sin discordia por si esos otros también quieren rectificar.
“Ciudadanía” me parece una palabra maravillosa, equivalente a civismo, a tolerancia y respeto, racionalidad, tranquilidad, ciudad y calles compartidas. Mucho de esto es lo que los madrileños manifestaron con naturalidad a todos los catalanes independistas que vinieron a manifestarse hace muy poco en la Castellana y en la Cibeles de Madrid.