Giotto (1267-1337) fue un contemporáneo de Dante (1265-1321), y ambos son precursores los más destacados del Renacimiento italiano.
Dante dice de Giotto:
Oh vana gloria dell’umane posse!
com poco verde in su la cima dura
si no le siguen tiempos de decadencia!
Credette Cimabue nella pintura
tener lo campo, e ora ha Giotto il grido,
sí che la fama di colui è scuraPurgatorio, Canto XI, 91-96
¡Es la humana excelencia cosa huera
y en su cima el verdor muy poco dura,
si no le siguen tiempos de decadencia!
Creía Cimabúe reinar en el campo de la pintura
y ahora es Giotto el que tiene la fama,
de modo que la fama de aquél se ha oscurecido.Purgatorio, Canto XI, 91-96
Recordemos que Cimabúe (1240-1302) fue un pintor importante, el más de entre los de la generación anterior a Giotto, fue el último gran pintor de tradición bizantina de una era que fue eclipsada por el Renacimiento ( Una obra suya, La Maestá de la Virgen, pintada para una Iglesia de Pisa, está en el Louvre). Pues bien, fue el Maestro de Giotto. Cimabúe no pudo ver los frescos de Giotto en l00a capella degli Scrovegni. Sí los pudo haber visto Dante cuando escribió El Purgatorio (1308-1314).
Estuvimos visitando los frescos de Giotto en su Capella, en la ciudad de Padua.
Giotto los pintó por encargo de Enrico Scrovegni, una familia de prestadores de dinero. Dante lo refleja así:
E un che d’una scrofa azzurra e grossa
Segnato avea lo suo sachetto bianco,
mi dice: Che fai tu in questa fossa?El infierno, Canto XVII
Una cerda preñada y azulosa
en el saquito blanco se veía
del que me dijo: ¿Qué haces tú en la fosa?El infierno, Canto XVII
Lo hace en el Infierno, en el Canto XVII, dedicado a los usureros, en los versos 64 al 66. La cerda azul sobre campo blanco era el escudo de la familia paduana Scrovegni, de la misma forma que la oca blanca sobre campo rojo era el escudo de la familia de los Brianchi, también grandes usureros a los que Dante se refiere en los tres versos que preceden a los dedicados a los Scrovegni, 61-63.
Pues así una familia corrupta ha pasado a la historia,
nada menos que en la Commedia de Dante,
nada menos que dando nombre a los frescos de Giotto, en la Capella degli Scrovegni, pues así vino en llamarse esta capilla que contiene la obra más asombrosa entre las que trataban de abrir las puertas al Renacimiento.
Pasó a la historia Enrico Scrovegni y, quién sabe, si al cielo eterno, no el de Dante, claro, pero sí en el de verdad, pues en la gran escena del juicio universal, el usurero Scrovegni bien se preocupó de encargar a Giotto que le pintara ofreciendo a la Virgen la capilla, de manera que se prestó a algo tan poco verosímil como elevar el peso de la capilla a lomos de un criado y con el simbólico apoyo de su mano hasta las manos de la Virgen, poniendo cara Scrovegni de pagar de esta manera el pecado de la usura, pecado este que ¡oh curiosidad! no aparece catalogado como vicio entre los sietes que figuran en el zócalo del lateral derecho de la capilla.
Pues aquí, en “su” capilla, está enterrado Enrico Scrovegni, para eso la encargó con una finalidad funeraria y de posteridad.
Lo enterraron…al lado de su casa. La capilla estaba conectada con el palacio de la familia que habían construido de forma elíptica siguiendo el modelo de los restos del cercano anfiteatro, en cuyo suelo hoy están los jardines que hay delante de la capilla y que tan bien nos vienen a los viajeros para esperar la hora pautada de entrada a la visita. Afortunadamente, desde 1880 la capilla pertenece al Municipio de Padua.
El ambiente de acogida al espacio inmediato a la Capilla es sosegado: ajardinado, con árboles y con algunos bancos para descansar y no desesperar. La capilla por fuera no llama la atención; es, simplemente, una gran sala rectangular de ladrillo con bóveda de cañón y tejado rojo a dos aguas.
Cuando me tocó entrar al recinto en el grupo de 25, me senté en una silla que vi nada más entrar y que correspondía al vigilante del interior. Allí me dio tiempo para no hacer nada, mirar, cerrar los ojos….,darme cuenta que los frescos de Giotto estaban a mi lado, dispuestos en tres franjas horizontales superpuestas, a seis cuadros por cada banda y por cada lado…,
dejarme impresionar por el embrujo del conjunto,
por el Acontecimiento de estar allí…
Con los ojos cerrados pensé emocionadamente que el arte podría ser en el mundo un solvente instrumento para que en el devenir de la vida se nos vayan quedando pequeñas las miserias, a la manera que el arte lo sabe hacer: sin violencia visible ni invisible, sin falsedad, con interiorización: “hoy, como antaño, el enemigo del hombre está en su interior” (Jean Francois Rével).
“Acontecimiento” fue lo que Giotto quiso reflejar, el acontecimiento de Dios que baja a la tierra, tal como la Iglesia había querido revivirlo con el año jubilar de 1300.
Aun tuve algún minuto para reflexionar sobre la usura, ver cómo “la cosa” viene de lejos, cosas que nos llevan hasta los búnkeres fiscales y las jurisdicciones desficalizadas de hoy, creando, hoy como ayer, tanto dolor y drama entre los seres humanos a quienes Jesús, el de los frescos de Giotto, vino a redimir en un Acontecimiento que inició una Era.
De manera puntual, se acabaron los minutos, y de manera obediente empezamos la salida siguiendo el aviso del ujier: Lo último que vi fue el cielo azul y estrellado en el techo de la Capilla.
Saliendo vi cómo otro grupo esperaba entrar, y sentí alegría de suponer que, en el 2305, habrá grupos esperando que querrán estar cerca de los frescos de Giotto mil años después de manera esencialmente igual a como lo estaba haciendo yo que, muchos años después, sigo disfrutando de lo que allí me sucedió.
(El texto y la traducción de Dante están tomados de la cuarta impresión en 2011 de la primera edición de 1973, en tres tomos bilingües, en Seix Barral.)