22 de septiembre, viernes
Gritos de guerra.-
Lo que hizo mella en su mente fueron las posiciones extremas e irreconciliables,
las emociones desenfrenadas que arremetían contra todo como lo hace el caudal de una riada tras una Dana,
la polarización obscena del buena yo/malo tú, o bueno yo/mala tú,
las dis-cu-sio-nes per-cu-si-vas
que caían como bombas explotando en casa.
Cuenta mi interlocutor que conoció entonces lo irracional, sin saber, entonces, lo que esta palabra significaba.
Y sintió mucho miedo, no tanto por él, sino por ellos, que eran ¡!su padre y su madre!!,
y que lo iban a seguir siendo, pues ahí no está inventado el divorcio.
Ellos, además, se blindaban creyendo en la honestidad de sus comportamientos, pues estaban defendiendo sus derechos;
ellos, además, creían en el deber de defenderse, pues estaban ejerciendo su libertad, libertad convertida en un grito de guerra;
y ellos, además, parecían creer que, de esa manera, cada uno me defendía.
En ningún momento fueron capaces de pensar que estaban practicando un mal divorcio, injusto, de incalculables consecuencias para mí.
Experimentó, desde entonces, daños a los que nos referimos los adultos como colaterales (¡!! algo así como no queridos, como no imputables???); sufrió heridas de las que tardas en recuperarte,
y de las que no te recuperas nunca,
esas heridas que quienes somos antiguos llamamos “del alma”, para señalar algo más hondo que la corporalidad.
Y es que “aquello” hizo adulto al niño de diez años.
23 de septiembre, sábado
Rosas y espinas.-
Felipe González y Alfonso Guerra no aparecieron hace unos días en público para hablar de las “rosas y espinas” de la política,
tampoco hablaron de la cercana sesión de investidura del Candidato a Presidente del Gobierno,
ni hablaron,
tampoco,
de la problemática territorial, ni de la necesidad de avanzar en la solución de este trascendental problema…
¿De qué hablaron, pues?
Pues…de sí mismos,
en un acto de auto militancia y autocomplacencia, de búsqueda nostálgica de un aplauso que les repusiera en posiciones del pasado, a base de cargar contra el partido en el que todavía siguen. No voy a perder tiempo en criticarlos, y sí aprovecho la presentación del libro de Alfonso Guerra para elogiar
a cuantos deponen rencores y tópicos y plantean trabajar para seguir mejorando y estabilizando las relaciones territoriales en este país,
a cuantos dedican pensamiento y tiempo para tender puentes, pues, desde siempre, los puentes han abierto camino donde no lo había. O lo hace la izquierda o nadie lo hará.
Quizá por esto, este domingo, cuando viajábamos a pasar el día en Rubielos de Mora, detuvimos el coche para contemplar despacio el puente romano sobre el río Mijares que**,** además, llevaba mucha agua y sonaba con ese ruido inconfundible de las aguas descendiendo entre ribazos y piedras.
24 de septiembre, domingo
La emoción de leer con otros.-
Desde hace tiempo, nos reunimos las tardes de sábado y de domingo para jugar al guiñote y al dominó.
Pienso lo divertido que podría ser, también, una reunión semanal, quizá los lunes, (de 10 a 11),
incluso sin necesidad de desplazamiento,
para comentar un libro que todos estuviéramos leyendo a la vez (por ejemplo, Cartas a mi Maestro, de Albert Camus).
Desde nuestra edad, claro está, y desde nuestras patologías, y desde nuestras faltas de memoria.
No sería lo mismo que si lo hubiésemos hecho a los cuarenta, pero podría contribuir a hacer hermosa la vejez, y ser de utilidad para hacer cosas estupendas que no se hicieron antes.
Una reunión de “convidados” (a lo kantiano) para exponer puntos de vista,
expresar sensaciones de gusto, de agrado, de malestar,
bromear con las peripecias de cada uno en su lectura solitaria,
y ver, al final, una multiplicidad de opiniones, seguramente ninguna conclusiva.
Esto sería hacer filosofía hasta el final, pues eso es lo que enseña la Filosofía, a tener distintas perspectivas sobre las cosas.
¡!Que medida política tan acertada me parecería crear un puesto de “Responsable de Formación” en las Residencias Públicas de Mayores!!