Textos Casuales

Balneario de Manzanera

Antiguo, bien conservado, confortable, es decir, no lujoso, y es esta circunstancia de no ser lujoso uno entre sus muchos encantos.

El balneario está lateralizado y guardado por dos ríos,

el Paraíso al Este y el Torrijas al Oeste, que se juntan un poco más abajo formando el río Manzanera.

Entre uno y otro está asentado el Balneario, no porque allí estuvieran los ríos, sino porque allí estaban, desde siempre, las saludables aguas termales, tan aliviadoras de tantas cosas, y tan recomendables, por tanto.

El Balneario tiene un gran espacio abierto al arbolado, sobre todo de chopos de una envergadura enorme, especialmente su altura, con algunos olmos, castaños y otros que, lamentablemente, no conozco por su nombre.

No se trata de un bosque, sino de un espacio verde, frondoso, de espesa sombra en algunas partes, soleado en otras;

por toda su estimable extensión aparecen, como sembrados, bancos funcionales y vistosos de madera y de hierro; en otros espacios esperan mesitas cuidadosamente puestas, con sillas, muy a disposición de todos los habitantes del lugar.

Los pájaros lujosos viven a sus anchas, se les oye, pero también se les ve a simple vista, a poco que intentes verlos siguiendo la senda del canto que te lleva hasta ellos.

La mayor parte de las habitaciones abren al  espacio del río Paraíso, con ventanas de madera, de madera también los cubre ventanas, y, por si acaso, un filtro metálico casi invisible…, que hace posible dormir al amparo de las dos ventanas abiertas y al abrigo de una sustancial manta. Ningún ruido veraniego llega hasta allí, aunque en tantos sitios de España lo que destaca es el bullicio del día y, quizá, sobre todo, la bullanga de la noche.

Un espacio frondoso y abierto, digo, que tiene mucho de parque, de artefacto preparado para el bienestar de las personas que deciden pasar allí unos días. Y de ahí que, dentro de su unidad, tenga lugares muy particulares, que aportan atracción y deleite,

siempre relacionado con sentirte llegado,

con la belleza,

con el silencio,

con una conversación,

con un juego,

con un libro (quizá con aquel libro),

con un beso (quizá el primero, o quizá besos pendientes)

con una nada a donde pueda llegar una pregunta significativa,

con un recuerdo que no te deja,

con un duelo todavía no apagado,

con una delicadeza de la naturaleza siempre tan igual y siempre tan sorprendente…

Tienes sensación de estar en la naturaleza;

de estar con la naturaleza;

de recuperar la naturaleza perdida y casi olvidada. Incluso está alejado, dos kilómetros, del propio pueblo que lo conecta físicamente con el mundo.

En algún momento te abandonas y piensas que la naturaleza está forjada de maravillas, mientras que en lo humano nada es puro, y existe mucho torcido, degenerado, calamitoso…que quiere acabar con ella.

Cuando llueve tienes ocasión de percibir desde el resguardo cómo la lluvia hace su tarea,

cómo huele la tierra recién llovida,

una y otra cosa espectáculo que no se puede pagar.

Y las noches.

Es en las noches donde se ve, aún, el cielo estrellado, y uno tiende a exclamar por dentro que, viendo el firmamento así…todo es posible frente al pesimismo instalado, pues…¿quién, viendo un cielo estrellado, no piensa, o siente, que las posibilidades más justas y más solidarias pueden hacerse realidad?

El Balneario de Manzanera y sus magníficos alrededores inmediatos me ha parecido como el destino de un viaje que te lleva a alcanzar una experiencia del mundo y del  propio mundo interior, en un momento primigenio anterior a los propios prejuicios,

en el que te puedes detener soberanamente en lo que haces,

y decirte con alivio y un poco de éxtasis: esta es la cosa que hago, que quiero hacer, y éste que lo hace soy yo.

Pascual García Mora

Artículo escrito por Pascual García Mora, compartiendo pensamientos y reflexiones desde Scholé.