En este mes funerario de noviembre que despierta tantos registros de nostalgia he ido a visitar algunos de los poemas que Emily Dickinson (1830-1886) dedica a la experiencia vital que ella tiene del morir, tantas veces presente en esta mujer vitalista y apasionada, de la que Jorge Luis Borges dijo:
“No hay que yo sepa una vida más apasionada y solitaria que la de esta mujer, que prefirió soñar el amor y, acaso, imaginarlo y temerlo”.
(Esta alusión se encuentra en el prólogo que le encargaron a Borges para la publicación de “Poemas Emily Dickinson”, con traducción y selección de Silvina Ocampos).
He releído recientemente aquel poema cuyo primer verso es :
“Aún no se lo he dicho a mi jardín”,
poema que he tenido a la vista durante varios días.
El poema, traducido, dice así:
Aún no se lo he dicho a mi jardín,
por miedo a que se apodere de mí.
Aún no me veo con la fuerza
de confesárselo a la Abeja.
Prefiero no hablarlo por la calle,
evitar la mirada de los escaparates:
¿cómo tiene la desfachatez de morir
alguien tan tímida, tan ignorante?
No pueden enterarse las colinas
por las que tanto deambulé,
tampoco los amados bosques,
del día en que me iré.
No lo susurraré en la mesa,
ni dejaré caer, como si nada,
que alguien en el Misterio
se adentrará esta mañana.
Y en su lengua original:
I haven’t told my garden yet-
Lest that should conquer me.
I haven’t quite the strength now
To break it to the Bee.
I Will not name it in the street
For shops would stare at me-
That one so shi-so ignorant
Should have the face to die.
The hillsides must not know it-
Where I have rambled so-
Nor tell the loving forets
The day that I shall go-
Nor lisp it at the table-
Nor heedless by the way
Hint that within the Riddle
One Will walk today-
El jardín; la Abeja; la calle; las colinas; los amados bosques; la mesa de estar; los escaparates, que nos miran: un paisaje que expresa su estar Aquí,
en la vida,
en el mundo de su vida tan llena de costumbres y de cercanías,
pues hemos acostumbrado a las cosas a estar con nosotros, a nuestra presencia, a nuestra mirada, a nuestra tibieza; a nuestras utilidades, también.
Quizá sea esto lo que está expresando Emily Dickinson:
cómo abandonar en paz el jardín, espacio privilegiado de las flores y de las plantas,
cómo abandonar las cosas a las que hemos acostumbrado a convivir…,
que,
siendo tan poca cosa,
nosotros,
tenemos la desfachatez de morir dejándolas tiradas en la nada (de nosotros).
No hay personas en esta bellísima y radical composición salvo la persona que está escribiendo y conjugando verbos,
pues es en la Naturaleza donde Emily Dickinson escribe sus meditaciones líricas, y son seres animados de la Naturaleza los que representan las lágrimas humanas y expresan el punto de vista moral de la poetisa (Dickinson conocía muy bien a Waldo Emerson, 1803-1882, a David Thoreau, 1817-1882 y a Walt Whitman, 1819-1892).
¡!Qué protagonismo tiene en el poema la Abeja, que la propia Dickinson la personaliza escribiéndola con letra mayúscula!!
“No me veo aún con la fuerza de confesárselo a la Abeja”,
“Aún no se lo he dicho a mi jardín”
después de tantos días que yo lo sé,
como si estuviese a punto de irse,
abandonando-lo …
El escenario simbólico y conceptual en el que la artista se mueve representa a la vez su encanto y su dificultad, su emoción y su metafísica, las sensaciones y los conceptos, la claridad y la oscuridad.
No piensa en este poema en su situación de desaparecida para sí misma, que es a eso a lo que nos referimos cuando hablamos de la propia muerte o de la muerte de cualquier persona;
la poetisa está hablando de la muerte de su jardín,
está imaginando lo que sentirán los jazmines cuando perciban que no llegan las manos que los riega,
y empatiza tanto con sus tesoros que “aún” no está preparada para decírselo a la Abeja, ni dispuesta a percibir el dolor que experimentará cuando el jardín tome conciencia de que la jardinera ya nunca acudirá a su cita habitual.
Es una expresión simbólica de las consecuencias de la muerte propia vista desde las personas que asisten a esa muerte que lleva a una conmoción emocional y que desde el mismo día obliga a replantear la vida propia de los que se quedan viviendo.
¿Se creía indispensable Dickinson?
Sí,
convencida como estaba de que como ella solo existía ella,
y que sus maneras de relación y de cuidado morirían con su propia muerte,
cosa esta que no tiene nada de arrogante, pues se trata de lo que sucede a cualquier persona: a todas les llega su ocaso, y su falta.
La vida seguirá.
Seguirá como es la vida, incluso la Abeja podrá encontrar una compañía peor o mejor, pero no igual.
Le resultaba fácil a Dickinson empatizar con las cosas, dada la gran disponibilidad que tenía para dejarse instruir por las cosas mismas, y, de este modo, ganar en experiencia, en una reciprocidad muy blanca: ésta era su sabiduría.
Emily Dickinson: poetisa sensible y compleja, que optó por lo blanco en sus maneras de vestir, como símbolo de su opción lírica por la transparencia y la sencillez profunda.
Mi primer acercamiento a su poesía fue con inseguridad y algo de temor. Duró muy poco. Me limité a acercarme a ella, y fue ella quien hizo todo lo demás, me ha bastado estar cerca de sus poemas y de su vida en Amherst para quedar beneficiado.